viernes, 23 de diciembre de 2011

Panorama interior: Cotidiana virtud de Georges Remi

Mi colección completa de Tintin, adquirida pacientemente durante mi época de estudiante, la destrozó el terrier que alguien tuvo la mala ocurrencia de regalar a mi hijo Jesús. Aprovechando el popular y reciente lanzamiento cinematográfico, el oportuno Circulo de Lectores ofrece la serie completa con el último formato de la Editorial Juventud a un precio módico y en cuatro cómodos plazos. Vuelvo a tenerla en casa.
La nueva lectura del famoso personaje de Hergé me ha producido algunas sensaciones que no esperaba. Siempre me pregunté cuál era la razón de un éxito tan abrumador que, en realidad, se extiende a muchos dibujantes que siguieron con acierto y rigor el surco de la linea clara. Me hago nuevamente esa pregunta y descubro matices que antes, como nos ocurre con el mejor cine, pasaron inadvertidos.
Es habitual que se recuerde cierta presencia gris del dibujante Georges Remi (su verdadero nombre) o de sus inclinaciones excesivamente conservadoras y hasta totalitarias pero estos pecados, en todo caso, no eran en absoluto extraños entre los belgas de su tiempo. Por encima de sus errores y de las crueles encrucijadas de su biografía, suele malinterpretarse su habitual discreción, su capacidad para la ensoñación o cierta limitación creativa con una condición gris que lo cubre todo pero que no se aproxima a la verdad. La mayor capacidad que tuvo fue descubrir a su alrededor, entre las personas y las cosas, la calidad y persistencia que otros aún no comprendían. La aportación de Tintin es, por ello, plural y acabará por referirse también a sus decisivos ayudantes y colaboradores, quizá más brillantes y completos en ocasiones que el propio maestro. Así ocurrió con Edgar Pierre Jacobs o con Bob de Moor, los creadores de Blake y Mortimer y del enigmático señor Barelli. De hecho, creo que fue un lamentable error, ya incorregible, que no continuaran con la serie tras la muerte de Hergé, una vez que el famoso reportero de Le Petit Vigtième prescinde de sus anacrónicos bombachos y abandona su perturbardor aspecto adolescente entre las calles de Tapiocápolis en la última entrega de esta legendaria colección de aventuras.
Definitivamente, la clave del éxito no es Hergé sino la vida de su personaje. Tenemos la sensación de que la criatura domina completamente a su creador y, conforme va pasando el tiempo, le indica en silencio qué camino debe tomar. Tampoco es cierta esa intemporalidad que se cita con demasiada frecuencia. La madurez del personaje es lenta pero perceptible y debiera haberlo conducido hasta una edad mucho más sugerente. En mi opinión, sus virtudes esenciales podrían resumirse, al margen de la destreza del dibujo -el color, la ausencia de sombras o el dinamismo de las viñetas- y del rigor argumental, en un preciosa cualidad para invertirnos. Su lectura me hacía sentir como un adulto cuando era niño y ahora me hace sentir como un niño cuando soy adulto. De la misma manera, el amplio catálogo de personajes se enmarcan bajo un aire teatral, de manera que parecen actores profesionales que tuvieran otras vidas ajenas y ocultas al drama feliz de la historieta.

miércoles, 30 de noviembre de 2011

Artículo 148 del Reglamento Notarial a modo de silva


 Artículo ciento cuarenta y ocho

Los instrumentos públicos deberán
redactarse cumpliendo
estilo claro, puro y preciso
sin frases ni termino alguno
oscuros, ni ambiguos y observando,
de acuerdo con la ley,
como reglas imprescindibles,
la verdad en el concepto,
la propiedad en el lenguaje
y la severidad en la forma.




La silva es una combinación métrica, no estrófica, en la que alternan libremente versos heptasílabos y endecasílabos. Este sencillo ejercicio, con alguna ligerísima licencia por el uso del infrecuente y elegante eneasílabo, sobre el famoso artículo 148 del Reglamento Notarial de 1944 quizá demuestre que el lenguaje jurídico no tiene que ser necio y oscuro.

viernes, 11 de noviembre de 2011

Epigrama del pretor


Un poeta escribió mi pueblo es mi canción
y un famoso cantante aseguraba
donde cuelgo el sombrero está mi casa.
Hoy mi hogar se ha partido
como mi soledad en dos mitades.
Mi hogar, está en Granada
y en la noble y frutal ciudad de Siena
porque allí guarda ahora
mi pequeña Leonor
su ilusión por el mundo.

viernes, 28 de octubre de 2011

Panorama interior: Otra vez la ciudad perdida

Fotografía: Jesus García Hinchado
En Baden no hace falta salir del núcleo urbano para disfrutar del paisaje. La frase es de Stefan Zweig y corresponde al luminoso verano de 1914. Una época feliz en la que nuestro autor saltaba de uno a otro país europeo sin que apenas algún incidente -desapercibido para la mayoría- alumbrara el feroz abismo que se avecinaba con el estallido de la Gran Guerra: Un abismo del que aún, quizá, no hemos salido del todo.
Las ciudades, sean o no grandes ciudades históricas, que han sabido no esconder su paisaje, el paisaje que las circunda y abraza, el que las sostiene y les pertenece, han sido más sabias y generalmente más dichosas, aunque a veces esta virtud solo la explica la ausencia de desarrollo y la continuidad de una digna pobreza. Bien está lo que el paso del tiempo convierte en una riqueza inesperada que nos transforma -para bien- la vida y su destino. Mucho mejor saber comprenderlo a tiempo y mantener una actitud necesaria para conservar la frescura de ese fruto sostenido sobre la piedra y la memoria.
He tenido la suerte de vivir en Galicia y disfrutar cotidianos paseos por el adarve de la muralla de Lugo, un paseo milenario que permitía -hace muy pocos años- dialogar a través de la mirada con el delicioso paisaje de la campiña gallega y del tierno paso del padre Miño: un fresco mosaico cambiante que parecía alentar las pasajeras nubes para acabar de perfilarse. La ciudad de Granada, a pesar de su alocado urbanismo fruto del desarrollismo, aún sostiene, por su proverbial calidad paisajística, una riqueza mas que extraordinaria. En sus barrios históricos más apreciados, a veces, el paisaje materialmente se vuelca en el corazón de la ciudad sin contemplaciones y le otorga una certeza que nos demuestra su verdadera importancia y la sabiduría de su presencia alzada entre la naturaleza.
¿Cuánto tiempo se mantendrá esta valiosa convicción que han forjado pacientemente la convivencia y la historia?
Cada día es más difícil contemplar el paisaje desde cualquier núcleo urbano de importancia. Es un dato que nos demuestra la dimensión del fracaso que venimos sufriendo en la ordenación territorial. La escasez de los espacios de protección de lugares históricos, la especulación y la falta de alternativas residenciales que sean razonables y respetuosas con la historia, nos condenan una y otra vez a cometer los mismos errores. Cuando dejamos de ver el paisaje desde la ciudad, debemos preocuparnos por el oscuro rumbo que hemos tomado. No se trata de una simple vinculación visual, es mucho más que eso: es una manera innata de comprender aquello que nos rodea y de saber descubrir nuevas soluciones para nuevos problemas. Cerramos las ventanas para vivir en una oquedad, eso sí, en una oquedad repleta de luz y de ruidoso silencio.

lunes, 17 de octubre de 2011

Panorama exterior: Piedra y memoria

No es esta la primera vez que se erige un monumento para recordar la imponente figura del reverendo Martin Luther King. En la universidad de Uppsala se optó por cierta sencillez y por el símbolo algo manido de las dos manos que luchan, como si de un fuerte eco se tratara, por romper y desatar alguna forma de esclavitud. Otros bustos, medallones y estatuas lo recuerdan con bastante rigor y en general con poca audacia en lugares públicos de América y de todo el mundo. Pero es ahora, cuando parece afrontarse un monumento definitivo, durante el primer mandato del Presidente símbolo Obama y con la gran obra del escultor chino Lei Yixin.
Su evidente colosalismo no sorprende en una nación que ha sabido reconocer sus errores, mejor que ninguna otra, sobre la piedra tallada de la memoria. Su ubicación en Washington junto a los grandes iconos de los presidentes Lincoln o Roosevelt, nos ofrece la medida de esta penitencia social: Su asesinato engloba una buena dosis de mala conciencia, quizá la de una clase media que sostuvo hasta entonces una excesiva ambigüedad para reconocer la firmeza y justicia de casi todas sus convicciones.
La escultura ha merecido ciertas críticas interesantes que superan el ámbito puramente plástico y se enmarcan en una enriquecedora controversia social. Lo cierto es que el artista ha sido completamente fiel a sus valores figurativos y a su previsible evolución estética. Algunos sindicatos critican, por ejemplo, la explotación de trabajadores chinos para extraer la materia prima del conjunto monumental. Críticos de arte norteamericanos valoran negativamente el lenguaje gestual que transmite la estatua a la que acusan de sostener, en sus brazos cruzados, un aire excesivamente autoritario. Otros no entienden que deba ser una obra simplemente colosal que emerja desde la misma piedra con un hálito amenazador. Todo ello es, en definitiva, muy positivo y debiera promover una seria reflexión a los europeos.
El patrimonio histórico debe construírse cada día pero en Europa tenemos la sensación de no necesitar acrecentarlo, acaso de conservarlo y siempre a regañadientes, como un lastre molesto con el que tenemos pesadamente que convivir. Ya no acometemos obras que procuren transmitir un mensaje duradero porque existe una especie de complejo hacia la imitación y hacia la grandeza de la normalidad, algo que nunca tuvimos en nuestro pasado cuando cualquier jardín principesco que se preciara, tenía que diseñar algunas ruinas o templetes para emoción y alimento del espíritu contemplativo. Nuestra superioridad estética o monumental terminará por desaparecer y lo lamentaremos mucho los europeos porque contamos aún con una cierta ventaja que derrochamos en otros esfuerzos presupuestarios bastante empobrecedores e inútiles.
Europa y, por supouesto, España, debe recuperar la fe y sabiduría de sus escultores; dejarles crecer, dejarles soñar sin otra limitación que la verdad.



viernes, 7 de octubre de 2011

Poema


La crónica

Destino y elección no se contemplan.
Ahora sientes que buscan
las fieles decisiones tu reflejo.
Sé que somos volver, que no es origen
aquel que esperará toda la vida.
Un origen es contemplación, es la salada
circunstancia partida, es un mudo recuerdo
y es pasado y aquello que te aguarda ni siquiera
se ilumina en los labios con un nombre certero.
Ahora miro la ingrata
soledad otra vez de mi trabajo,
miro esos roces sucios de palabras, los pequeños
pormenores de envidia, los destellos
del temor y monedas
que ensucian la verdad y que se ocultan
sobre el orden cautivo de las cosas.
Nada resulta cierto.
Igual que ese periódico que tiras
esta limpia mañana de septiembre
en otra papelera de silencio.

domingo, 2 de octubre de 2011

Panorama exterior: La voix humaine y el teléfono

Pocos ingenios de nuestro tiempo alcanzan la fuerza dramática del teléfono. Ha sido reiteradamente utilizado por el cine que ha sabido ver, además, antes que cualquier otra manifestación artística, las posibilidades del móvil con sus reflejos azules y su certera asignación de llamadas perdidas. Algún relato memorable de Truman Capote le otorga la condición de oscuro protagonista. Recuerdo ahora los teléfonos agazapados en las habitaciones vacías de la pintura norteamericana o una de aquellas ácidas historias de Dorothy Parker, incluida en La soledad de las parejas, que fue dramatizada con tanto acierto y concentraba la desolación del siglo XX al acabar la segunda gran guerra, reflejando espesamente la ansiedad de la protagonista mientras espera junto al teléfono el incierto regreso de un victorioso soldado.
No existe imagen más desoladora de nuestro tiempo -alguien las vio en los atentados del 11 de marzo- que la bolsa negra de un cadáver mientras puede oírse al teléfono móvil casi gritando en su interior.
Hasta la música ha sucumbido al timbre agudo de su aliento para alcanzar un nivel más intenso en la narración de la historia. No lo hizo así Francis Poulenc en 1958 cuando compuso, con libreto de Jean Cocteau, la tragedia lírica en un acto para soprano La voix humaine, dejando al piano imitar su timbre en el transcurso de una música incisiva que camina casi de puntillas por el sendero de un desasosiego creciente y perturbador.
El diseñador granadino Rafa Simón ha tenido la gentileza de invitarme a su montaje de esta opera con la excelente actuación de la soprano Verónica Plata y del pianista  Héctor Eliel Márquez. El estreno ha tenido lugar en el Teatro José Tamayo de Granada y constituye un ejemplo de dignidad para mostrar cómo puede disfrutarse la cultura europea sin grandes estridencias y con el acierto de la sencillez.
La voix humaine es un pequeño icono del siglo XX. Es un falso monólogo. El espectador piensa que descubre muchas frases que el amante de la protagonista le dice al teléfono, pero es realmente algo más parecido al silencio lo que dialoga con esa mujer abrumada por una inminente separación. No bastan las apelaciones a la bondad, no basta la mentira para que deje de hilvanarse la tragedia, no hay manera de vencer una soledad compartida que discurre por los cables, por esas callejas oscuras de las que hablara un verso certero de mi admirado W. H. Auden. Los protagonistas -mujer y teléfono- mantienen una conversación fugaz como las pisadas de un ave. Y hay demasiadas presencias transitando por la delgada línea -es un teléfono rojo- que aún les une, demasiados cruces, demasiadas interrupciones y torpeza.
Anoche pudimos disfrutar del placer de la cultura sin apenas intermediarios.
Con tanta verdad y aprecio por la música y las letras, debieran toparse más a menudo aquellos dirigentes que malgastan nuestro tiempo y recursos en negarlas y que anoche, por supuesto, brillaban tenuemente por su ausencia.

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Panorama interior: La juventud de la ciudad


Pregón para las Fiestas del Barrio del Zaidín del año 2011

Sr. Concejal Delegado, queridas y queridos conciudadanos, señoras y señores:

Constituye para mí un gran honor pregonar estas XXXVª Fiestas Populares del barrio Zaidín-Vergeles y agradezco muy sinceramente que la Asociación de Vecinos haya tenido la gentileza de acordarse de mí en una fecha tan señalada. Yo no soy más que un jurista comprometido con la verdad y no pocas veces abrumado por distintas responsabilidades que ha querido, quizá por ello, dedicar buena parte de su inquietud y de su esfuerzo a la escritura y a la defensa legal de esa relación que sostienen los bienes culturales con la ciudad. De ahí parte un diálogo tan enriquecedor que debe ser entendido y preservado, que nos hace mejores y más libres y que nos permite construir con mayor decisión y acierto nuestro futuro.
Quienes me conocen saben que me gusta recordar aquella frase del gran escritor portugués Miguel Torga cuando señalaba, con su habitual y serena lucidez, que un hombre no es más que la juventud que queda dentro de él. Yo creo que las ciudades, estas viejas ciudades históricas de España y de Andalucía, también son y serán en el futuro la poca juventud que nos queda dentro de ellas. Esta certeza proclama que debiéramos examinarlas con mucha más sencillez, respeto y atención, elevar la cabeza y mirarlas en el espejo de sus barrios y en los nuevos espacios urbanos que las decisiones públicas han ido tejiendo, no siempre de manera afortunada, a su alrededor. Solo así podremos descubrir la verdadera juventud que poseen, una fuerza que acaso les falta en otros distritos más favorecidos o rentables porque será, en definitiva y le pese a quien le pese, la juventud de sus barrios la que les permita solucionar los problemas más próximos y decisivos, alentando una convivencia justa, pacífica y prometedora.
Lamentablemente no sabemos, como regla general y quizá porque ninguna escuela nos lo enseña, mirar con suficiente atención a la ciudad en la que habitamos, un espacio esencial que determina aquellos perfiles más gruesos de nuestra felicidad y casi de nuestra vida. Confiamos en conocer la ciudad solo por pasear por algunas calles céntricas y emblemáticas o por conocer su entorno monumental o por visitar sus centros comerciales y creemos que viendo ese fluido discurrir frente a nosotros ya sabemos cómo fue su pasado y se nos revela cómo será nuestro futuro. Pero estamos profundamente equivocados. Mirar a la ciudad es mirar a sus calles secundarias, contemplar su vida cotidiana y su inquietud, mirar frente a frente a los valores y sueños que alientan el trabajo y el esfuerzo cotidiano de sus habitantes y mirar sin complejo alguno sus problemas como si fueran, todos ellos, propios a un tiempo de cada uno de sus rincones, de todos y cada uno de nosotros. Mirar a la ciudad, en definitiva, es mirar ciudadanos y no contribuyentes y hacerlo en la tarea más cotidiana que les asigna el destino de sus vidas, porque justo en ese cauce de la normalidad –tantas veces olvidado- está lo que realmente somos y lo que podremos llegar a ser, al margen de las veleidades que imponen el tiempo y la fortuna.

I

Leopoldo Torres-Balbás, eminente arquitecto, compañero histórico en la Academia de Bellas Artes y arqueólogo, un hombre cabal y a quien tanto debe la ciudad y el mito de Granada y a quien se debería, por cierto, recordar más a menudo en nuestras aulas, salones oficiales o institutos, cuando leyó su Discurso de Ingreso en la Real Academia de la Historia, por aquellos mismos años en los que empezaba a trazarse este barrio con tanto trabajo y no poca dificultad, agradeció aquel justo reconocimiento y lo hizo considerando que había sido el hombre más afortunado de su tiempo por haber dedicado su vida a la restauración y arreglo de los más notables conjuntos monumentales de nuestra patria y, de manera muy especial, al prodigioso y cercano conjunto monumental de La Alhambra.
Nos aseguró entonces este eminente profesor de Historia de la Arquitectura que los viejos edificios, más o menos alterados por el paso de los siglos, en frecuente complicidad con la fiebre destructora y la torpeza humanas, no son más que islotes, testimonios aislados de civilizaciones desaparecidas. Para intentar comprenderlos, es necesario evocar el ambiente en que se levantaron, reconstruir idealmente el medio capaz de crearlos y el conjunto urbano del que formaron parte.
Esta sabia preocupación que nos recuerda el gran restaurador de la Alhambra le hizo comprender que, para conocer realmente un monumento hay que levantar la vista y mirar todo aquello que habita a su alrededor. Mirar lo que está próximo y mirar también aquello que vive un poco más lejos pero que se vincula con el lugar concreto que admiramos porque allí es donde encuentra su sabia el entorno monumental para persistir, donde bebe la energía que lo mantiene alzado ante nuestros ojos. La ciudad tiene que ser entendida en su integridad y en toda su riqueza y variedad para valorar mejor la calidad de vida a la que podemos aspirar y la inversión que realmente necesitamos para garantizar un desarrollo armónico y suficiente. La ciudad no puede acotarse y hacerse más pequeña con una mirada entristecida y ambigua, por una sensación de incapacidad que nos impida abarcarla en todo su significado y comprender las lecciones que siempre nos proporciona una Geografía de la realidad.
Buena prueba de este mensaje integrador es que el desarrollo urbano de Granada viene colocando al Zaidín en un lugar completamente privilegiado. Lo ha sido casi siempre si examinamos con atención el curso de la historia. De ahí que el desorden inicial de su construcción tienda a corregirse y termine por implicarse en los ejes esenciales de la ciudad, una tendencia más acusada con el pleno desarrollo de las nuevas comunicaciones interiores que debieran integrar completamente este populoso distrito como una referencia básica en el desarrollo de los grandes servicios públicos. Comprender esta realidad y la importancia de su cuidado, es una magnitud esencial para alcanzar el horizonte y nivel que se merece nuestro entorno.
Esta condición valiosa debe ser también una convicción de sus ciudadanos para exigir su mejora y una suficiente atención, para incrementar el compromiso social de sus habitantes y para recordar el pago de aquella Vega idílica sobre el que se asentó y que aún no está definitivamente perdida porque sigue viviendo en el alma de muchos granadinos y aún puede ser recordada mediante actuaciones urbanísticas que sean respetuosas con el legado inmaterial de la historia.
Barrios como el Zaidín demuestran la importancia que tienen los bienes culturales como una condición de presente para restablecer el equilibrio socio económico de una ciudad histórica que vive los problemas más acuciantes de nuestro tiempo con bastante intensidad. Entre sus calles se alza el famoso Alcázar del Genil que demuestra el punto privilegiado del entorno en el que se asienta este barrio que debe reclamar que la iniciativa pública no acumule sus proyectos más emblemáticos y costosos sobre otras zonas céntricas de la ciudad.
Las nuevas apuestas arquitectónicas de la ciudad de Granada que se alzan junto a este barrio sirven como argumento a mis palabras y debieran entenderse como una referencia básica para conocer el sentido y la dirección de nuestro esfuerzo.

II

Me ha resultado especialmente grato comprobar que sus organizadores han querido dar a estas fiestas populares una ambiciosa vocación al titularlas como unas fiestas por la cultura y la dignidad.
Las fiestas que tengo el honor de pregonar demuestran la firme ilusión del Barrio del Zaidín por la cultura como la fórmula más adecuada y responsable de integración social. El programa que se presenta muestra una saludable preocupación por conjugar la cultura y el ocio, recordando todas las edades y manteniendo una serie de jóvenes tradiciones que han arraigado en una celebración singular que ha sabido mantener sus criterios de abierta y generosa participación ciudadana.
La calidad social del barrio del Zaidín ha venido determinada durante los últimos años por la hospitalaria y serena recepción que ha dado siempre a quienes han llegado de lejos para trabajar junto a nosotros. No hay actitud más noble y respetable que la de aquellos trabajadores que deben abandonar su espacio natal sin apoyo ninguno y se desplazan hasta una sociedad que los recibe muchas veces con una excesiva desconfianza. Su equipaje es ligero pero está lleno de ilusión. No es otro que su esfuerzo para rendir y prosperar, el mismo equipaje que tantos granadinos y españoles llevaron consigo hasta lejanas tierras de Europa y América o hasta este mismo barrio desde pueblos alejados de esta y otras provincias de Andalucía para encontrar un futuro mejor o incluso el corto pero profundo camino de aquellos que llegaron desde otros barrios históricos de la misma ciudad de Granada, barrios desbordados demográficamente durante aquellos años de un áspero y falso desarrollismo que comenzó a destruirlos con una total impunidad y con una absoluta falta de respeto a los inmensos valores materiales e inmateriales que atesoraban.
Conocer todo este continuo testimonio vital, compartir tantas ilusiones y proyectos, contemplar tantas partidas y regresos, le ha otorgado a estas calles una enriquecedora experiencia colectiva que debe ser compartida y objeto del mayor apoyo institucional. No es un tópico irrelevante señalar al barrio como un espacio multicultural. Se trata una tarea amplia y plural que eleva la convicción de nuestros derechos y que enseña a quienes dudan de la capacidad de nuestro pueblo para entender el sentido del verdadero progreso.
No cabe duda que este espíritu conciliador es la mayor riqueza de nuestro barrio y es el que permite tan saludable apuesta festiva y desinteresada por la dignidad y por la cultura. La inmigración no es una finalidad en sí misma. A veces viene unida a la idea de temporalidad pero cuando se asocia con la vocación de permanecer, la inmigración solo puede ser concebida en una sociedad democrática como un camino recto hacia la ciudadanía.

III

Si la calidad social del barrio del Zaidín viene determinada por su probada capacidad para la integración del colectivo de inmigrantes, no debemos olvidar que esta filosofía parte de una convicción serena y firme como es la de considerar un indicio de riqueza, justicia y prosperidad el hecho de recibir a quienes trabajan con nosotros para el desarrollo de un presente esperanzador.
Los tiempos han cambiado pero no deben transformar nuestras convicciones. Ahora se trata de superar estas graves dificultades económicas que viene produciendo una crisis que todos sabíamos que tenía que llegar, tarde o temprano, a consecuencia de una cultura fracasada que condena a nuestros jóvenes a un horizonte sin futuro, con escasos valores y lleno de una espesa inquietud. Un tiempo sin rigor en el que todos debemos sacrificarnos y ayudarlos a encontrar ese lugar que les corresponde como nuevos ciudadanos que aporten su esfuerzo a la satisfacción del interés social. No son nuestros hijos, no son nuestros nietos, sobrinos o amigos, somos nosotros mismos quienes fracasamos y quienes nos hundimos en la injusta cortedad que nos impone la insolidaridad de una riqueza que no tiene el sabio origen del trabajo sino el de una especulación egoísta, torpe y salvaje: Se trata de un camino que no llega a ningún sitio, de un viaje a ninguna parte que se adentra con el paso del tiempo en una senda oscura y llena de peligros de no ser por el apoyo de la familia y la defensa de una sociedad donde arraigue la justicia social.
De todos los problemas que pueda sufrir este barrio, estoy convencido que ninguno alcanza la gravedad del problema del desempleo y, en especial, del desempleo juvenil que afecta prácticamente a la mitad de nuestros jóvenes, paradójicamente aquellos que pertenecen a la generación que ha tenido la mejor y más sólida preparación de nuestra historia. Puede que sea más triste cuando esta lacra te alcanza en la madurez, pero sin duda resulta más peligroso y dañino cuando impide la creación de nuevas familias y no responde a la pregunta primaria que cualquier joven se hace al preguntar cuál es el camino que debe seguir en la vida.
Sin alternativas, no hay futuro, no hay proyectos ni la dignidad social suficiente para que nuestra sociedad merezca ser calificada como una verdadera sociedad democrática.
No solo negamos el trabajo a los jóvenes, se lo proporcionamos de forma totalmente precaria, con sueldos insuficientes o ridículos y en condiciones que atentan, en demasiadas ocasiones, contra sus derechos más elementales como trabajadores. Sí, corren tiempos difíciles pero no son igualmente difíciles para todos. Es este un momento para la solidaridad y un momento en el que estas fiestas resultan especialmente necesarias. Porque lo importante no es reiterar que esta crisis económica presenta una severidad inusual. Lo importante de la crisis es comprobar hasta qué punto afecta al clima de nuestros derechos y libertades más elementales y que hemos sabido conquistar como ciudadanos responsables.
Las fiestas del Zaidín son ahora más necesarias que nunca. Útiles para convivir, para que jóvenes, niños y mayores cambien impresiones y experiencias y puedan dialogar, para conocernos mejor y demostrar que el ocio no está reñido con el descanso. Para recordar que somos ciudadanos comprometidos que saben que la alegría es un buen alimento para convivir. 
Muchas gracias por todo, buenas noches y felices fiestas


sábado, 27 de agosto de 2011

Panorama interior: Agua y Cultura en Lanjarón

La famosa obra del académico Marcel Pagnol Manon des sources me ha servido como referencia estética y cultural para abordar aquellos atávicos conflictos que genera la propiedad y disposición del agua en el mundo rural. Me refiero a mi participación en la VIª edición de los cursos sobre Agua y Cultura que, un año más, organiza de manera ejemplar el Balneario de Lanjarón con el apoyo del profesor Juan Alfredo Bellón y del maestro Antonio Carvajal. El riego se configura en la obra del gran escritor y cineasta francés como el cauce de la ilusión más noble, de la avaricia y de la perdición y esta vibrante tragedia magistralmente descrita bajo el cielo de la Provenza no podía faltar en una convocatoria con el titulo Agua del cielo no quita riego.
Marcel Pagnol llevó la historia triste de Jean de Florette primero al cine -a comienzos de los cincuenta- para escribir su famosa dilogía mucho más tarde, bien entrados los años sesenta, cuando era una celebridad en Francia y aunaba, quizá mejor que cualquier otro escritor de su tiempo, un masivo reconocimiento público y crítico. La historia, tan cruel y concisa, de dimensiones bíblicas, es cautivadora como su elegante prosa. Elegante por su medida sencillez y porque, como tuve oportunidad de indicar en el curso, Pagnol nunca se interpone entre el lector y sus personajes, los deja hablar libremente e interpretar su papel y alcanza, otorgando esta secreta libertad al texto, una altura y eficacia narrativas verdaderamente prodigiosas.
Pero no es mi intención hablar de mí discreta aportación, sino de la extraordinaria altura de unos cursos, huérfanos de cualquier ayuda y subvenciones, que son un ejemplo a imitar y que nos permiten aprender de un elenco de profesores caracterizados -y no por casualidad- por su rigor y honestidad intelectual.
Decir Agua y Cultura es casi una redundancia. El agua misma es la esencia más pura y dichosa de lo redundante. El generoso criterio del Balneario de Lanjarón -al alentar estos cursos un año más- lo demuestra con creces y con esa frescura y lucidez propia de sus abundantes manantiales.

sábado, 20 de agosto de 2011

Panorama interior: Breve introducción de "Un nuevo derecho a comprender"


La claridad del lenguaje jurídico ha sido considerada tradicionalmente por la Teoría General del Derecho como una virtud imprescindible para la elaboración y aplicación de las leyes. Las normas, para su firmeza y vigencia, deben ser correctamente interpretadas y la interpretación primaria o natural ha sido siempre la interpretación gramatical. Esta afirmación está muy próxima a la obviedad y casi resulta paradójico que el propio Código Civil lo haya establecido de forma explícita en su Título Preliminar y tenga que preocuparse por señalar, como hace al inicio del apartado primero de su artículo 3, que las normas jurídicas se interpretarán según el sentido propio de sus palabras. Como es lógico, este sentido propio de sus palabras debiera ser un texto sencillo y adecuado a las circunstancias concretas de cada asunto, adaptable a las necesidades de cada operador jurídico y debiera ser comprendido fácilmente por la ciudadanía sin necesidad de contar con especiales conocimientos técnicos o jurídicos. La ciencia del Derecho, como la Retórica y la Dialéctica aristotélicas, interesa a cualquier parcela del conocimiento. Para el maestro estagirita, son artes o habilidades persuasivas y afines porque ambas poseen un carácter instrumental. Permiten tener conocimientos próximos al sentido común que no pertenecen a ninguna ciencia determinada[1]. Es inevitable, por tanto, que el ordenamiento jurídico aborde la regulación de materias de una especial complejidad lingüística o que precisan –incluso- una determinada jerga o vocabulario científico para su comprensión pero nada impide que los textos jurídicos, reconocida esta evidente dificultad, procuren aclarar todas las dudas que comporta la aplicación individualizada de la ley.
Se infiere de nuestro Código Civil que la propiedad de la norma son sus palabras: La relación interior que guarde con tales palabras es la que inspira su capacidad para tener una aplicación pacífica y uniforme. Ciertamente, resulta paradójico que deba crearse un precepto para decir que se interprete la norma conforme a su propio texto. Pero también lo es que las históricas dificultades comprensivas del lenguaje jurídico no tengan lugar cuando se abordan materias científicas especialmente complejas. La complicación se genera en la aplicación cotidiana y casi rutinaria de lo genuinamente jurídico, de aquello que sirve a todas las parcelas del conocimiento humano. La oscuridad, en definitiva, no llega desde el exterior sino que es una mutación artificial producida desde dentro y que inocula el jurista en el desarrollo de su actividad. Se trata de una perversión deliberada del lenguaje jurídico y no de una característica propia de su naturaleza.
Si la claridad del lenguaje jurídico ha sido una vieja preocupación que nos conduce a los albores de la codificación española, la claridad de la lengua misma como virtud se hunde en aquellos momentos históricos que permiten datar su origen y establecer una difusión territorial más o menos definitiva. Se ha sostenido, por ejemplo, que hay una íntima tendencia en nuestra lengua que busca siempre la claridad. Algunos estudiosos recuerdan la polémica suscitada en la primera parte del siglo XVI entre el humanista Antonio de Nebrija y el erasmista Juan de Valdés cuando el primero pretendía someter, como había ocurrido con el latín o con el griego, la lengua castellana a las leyes gramaticales[2] y, en su contra, recordaba el segundo que este rigor no era necesario porque existía una peculiaridad intrínseca del castellano, una intuición de la forma interior de esta lengua[3] que le permitía una especie de autorregulación sin el concurso de normas ortográficas o gramaticales. Al margen de la brillante polémica renacentista, es curiosa esta afirmación que abunda en una misteriosa voluntad interior de la lengua que la conduce hasta la búsqueda permanente de una condición comprensible. El propio Juan de Valdés señala la claridad como un atributo permanente del escritor y nos recuerda que todo el buen hablar castellano consiste en decir aquello que se quiere con las menos palabras y con una vocación de sencillez[4].
Esta cualidad bondadosa de la lengua ya había sido proclamada algunos años antes, cuando en 1525 publica Erasmo de Rotterdam su Lingua en Basilea. La oscuridad o el mal uso del lenguaje no es -en absoluto- un atributo exclusivo del mundo jurídico, es un problema que puede extenderse a cualquier aspecto relacionado con la utilización del lenguaje y su proyección en la sociedad. Ha de partirse, como hace el gran humanista, de que la naturaleza ha tomado todas las precauciones para que la lengua sea buena pero hay dos maneras de hacer uso de ella en una especie de combate duro e incesante entre ambas. De un lado, quienes están siempre atentos en la adaptación de su lengua al tema, a las circunstancia, al lugar y a las personas y saben cómo dar a las palabras su sentido más pleno. De otro, aquellos charlatanes o habladores en los que la lengua se ha degenerado[5] con distintas finalidades espurias. Lo que resulta anómalo es que esa degeneración del lenguaje haya sido tan arraigada e intensa en el mundo jurídico y que aún persista casi de una manera institucionalizada hasta convertirla en un paradigma de incomprensión y de torpeza social que olvida que nada hay más pernicioso entre las personas que una lengua mala y nada más saludable que la lengua misma, si la usamos como conviene[6].
Habitualmente, los trabajos más afortunados en la materia[7] que han sido publicados en España suelen realizar un diagnóstico inequívoco que incide en una serie de errores sintácticos o gramaticales que resultan recurrentes en las distintas formas de lenguaje utilizado por los juristas y que podrían ser corregidos con una relativa facilidad. Otras veces, los autores aportan nuevas construcciones dogmáticas de gran interés que interpretan de manera más profunda la grave situación planteada por la oscuridad de este lenguaje[8] o bien señalan alguno de los efectos que produce en distintos operadores jurídicos, como ocurre con la desesperanza pasiva[9] a veces apreciada entre el colectivo judicial al comprobar el efecto no deseado que generan algunas resoluciones en la opinión pública. Lo cierto es que la mayor parte de los trabajos publicados hasta la fecha, en definitiva, establecen las dimensiones y características fundamentales del problema, señalando -en todo caso- razones o argumentos históricos[10] para justificar su origen y su continuidad en el tiempo hasta nuestros días.
Sin negar un ápice de su valor a las anteriores aportaciones, la cuestión de la oscuridad del lenguaje jurídico debe avanzar y realizar, una vez enunciado y reconocido el problema, una exégesis crítica y suficiente. No debemos conformarnos con establecer el diagnóstico filológico de la cuestión sino que debemos incidir en la búsqueda de aquellas razones que llevaron a los juristas a la adopción y persistencia de prácticas tan perniciosas y equivocadas, alzando una invisible frontera para dificultar la comprensión de sus discursos o escritos por parte de la mayoría de los ciudadanos. Solo de esta forma podremos desplegar con suficiente eficacia algunos remedios que permitan desterrar de una vez por todas este lenguaje críptico e incomprensible y pueda tener lugar un saludable cambio de tendencia en nuestras relaciones con la ley...



[1] Retórica, ARISTÓTELES, Biblioteca Clásica Gredos, Introducción, traducción y notas por Quintín RACIONERO, Editorial Gredos, Madrid, 2005, página 161.
[2] Antonio MARTÍNEZ DE CALA Y JARAVA, conocido como Antonio de NEBRIJA (Lebrija1441- Alcalá de Henares, 1522), publica su famosa Gramática castellana en 1492, dedicada a la Reina Isabel I de Castilla, convirtiéndose en la primera gramática de una lengua vulgar que se publica en Europa.
[3] La frase aparece recogida (página 25) en la edición del profesor Antonio QUILIS MORALES de los Diálogos de la lengua de Juan DE VALDÉS y pertenece al profesor argentino Guillermo L. GUITARTE, catedrático de español de la Universidad de Harvard; colección Clásicos Libertarios, Ediciones Libertarias, Madrid, 1999.
[4] Ob cit., página 59.
[5] Así, Cesar CHAPARRO GÓMEZ en la excelente introducción a La Lengua y Sobre la mala vergüenza de Desiderio Erasmo DE ROTTERDAM, edición facsímil de la Biblioteca de Barcarrota publicada por la Consejería de Cultura de la Junta de Extremadura, Editora Regional de Extremadura, Mérida, 2007. Edición de Lyon, Imprenta de Sebastián Grifio, 1538. Traducción y notas de Manuel MAÑAS NUÑEZ y Luis MERINO JEREZ.
[6] Son palabras del propio Desiderio Erasmo DE ROTTERDAM, ob. Cit., página 116.
[7] Por todos, citaremos los trabajos de Luis CAZORLA PRIETO, El lenguaje jurídico actual, Editorial Aranzadi, Pamplona, 2007; Jesús PRIETO DE PEDRO, Lenguas, lenguaje y Derecho, Editorial Civitas, Madrid, 1991 y Joaquín BAYO DELGADO, La formación básica del ciudadano y el mundo del derecho. Crítica lingüística del lenguaje judicial publicado en Cuadernos de Derecho Judicial, Consejo General del Poder Judicial, Madrid, 1998. Del mismo autor, El lenguaje forense: Estructura y estilo, publicado en Estudios de Derecho Judicial, Consejo General del Poder Judicial, Madrid, 2000.
[8] José Antonio GONZÁLEZ SALGADO, filólogo y asesor del Bufete Uría Menéndez, en su trabajo El lenguaje jurídico del siglo XXI, que puede consultarse en la red, se expresa en los siguientes términos:
“La paradoja del objeto se puede definir como el desajuste que se produce entre el lenguaje empleado en los documentos jurídico-administrativos y las características de la mayoría de los receptores de esos documentos. Cualquier ciudadano, con independencia de su condición social o nivel cultural, es objeto de escritos que emanan de la Administración o de instituciones que usan un lenguaje que muchos expertos consideran poco apropiado (un lenguaje para el ciudadano que el ciudadano no entiende). Esta paradoja es la que ha propiciado la existencia de intentos de modernización de ese lenguaje...
La paradoja del contenido hay que definirla como el procedimiento empleado por el lenguaje de los juristas con el que se intenta conseguir la máxima precisión, pero que tiene como resultados la ambigüedad y la complejidad. Desde nuestro punto de vista, los principales defectos que suelen censurarse del lenguaje jurídico están relacionados con esta paradoja del contenido, a la que hemos denominado también falsa precisión….”
[9] En tales términos, el periodista Bonifacio DE LA CUADRA en Visión periodística del lenguaje judicial, publicado en Lenguaje Judicial, Cuadernos de Derecho Judicial, Madrid, 1998.
[10] Sobre estos argumentos historicistas, puede consultarse el trabajo de María José GANDASEGUI, Historia del lenguaje judicial, publicado en Lenguaje Judicial, Cuadernos de Derecho Judicial, Madrid, 1998.

domingo, 14 de agosto de 2011

Panorama exterior: Atacar a la gente corriente

Salvo los psicópatas compulsivos más descompensados, nadie ataca de forma individual a la gente corriente. La normalidad suele atacarse desde el poder y de forma colectiva. El malvado apetece de víctimas selectas. Los protervos que se obstinan en la maldad hasta un físico frenesí, suelen atacar aquello que les permite garantizar la persistencia de su inclinación o atacan grupos sociales, comunidades, géneros. Los ambiguos, aquellos que situaba Dante en el vestíbulo del Infierno, atacan, normalmente desde las sombras de la envidia o del miedo, a débiles, audaces y alicaídos. Y ahora, los niños, adolescentes y jóvenes con instintos criminales básicos del conflictivo barrio de Tottenham atacan a la gente corriente. Lo ha dicho el diputado laborista David Lammy en las cadenas de televisión y ha dado en el clavo porque, contrariamente a lo que parece, no se trata de una obviedad.
Los disturbios de los arrabales de París de 2005 participaron del mismo fatal destino, aunque nadie se esfuerce en recordarlo. Se quemaban los utilitarios de los vecinos, no las berlinas de los exclusivos distritos del centro. Se llegaron a contabilizar en una sola noche hasta 1.295 vehículos incendiados. En cierta ocasión comenté, hablando sobre inmigración en una universidad de verano, que aquella violencia desatada en París era una violencia diferida, la de una segunda o tercera generación de inmigrantes sin futuro que estallaban al no encontrar un mínimo respeto a sus derechos fundamentales. El tiempo hacía germinar un rencor en su interior que no sintieron aquellas generaciones que acudieron hasta la cruel metrópoli que los acogió con tanto egoísmo. El tiempo había creado una frágil ciudadanía virtual que hacía del conformismo una forma de ser pero que acabó por romperse. El tiempo había convertido lo que debiera ser un camino hacia la ciudadanía en un camino hacia la exclusión social que servía para justificar la violencia. La traza urbana de aquellos barrios era un error monumental. Desde lejos, se atisbaban altos bloques de pisos, desde cerca, ascensores maltrechos que no funcionaban durante años.
Ahora, los disturbios de Londres y otras ciudades británicas, parecen tener una naturaleza aún más complicada y violenta. No se atacan objetos, se ataca a la gente corriente, al tendero de la esquina, al pensionista que masculla que vaticinó hace mucho tiempo lo que está sucediendo, al centro comercial, se incendian viviendas con sus ocupantes dentro y se pone en grave peligro la vida de otros ciudadanos de manera completamente deliberada.
¿Porqué se ataca otra vez, esta vez con mayor dureza, a la gente corriente?
Como casi todas las tragedias, esta tiene muchas paternidades. Tropezamos con el mismo error de buscar una sola razón. Pero hay, en mi opinión, hasta media docena que son indudables. El desempleo juvenil, el deterioro educativo, la trivialización de la violencia, el triunfo de la especulación en detrimento del trabajo, la falta de una presencia social de la policía y la normalización del vandalismo.
El vandalismo ha sido tratado desde hace mucho tiempo con excesiva ligereza, casi se ha convertido en una manera de festejar triunfos deportivos o borracheras turísticas en la Costa Brava, pero el vandalismo es grave y siniestro porque enfrenta a los jóvenes con un entorno que se anega con un temor recíproco y espeso que pervierte el uso de las calles. La calle es más sensible que las pieles que sufren dermatitis atópica. Hasta un grito destemplado la altera. El respeto por el entorno urbano puede ser una de las claves más esenciales para determinar nuestro futuro. La calle no es una letrina ni un lugar ajeno, es el curso por el que discurre la mayor parte de nuestra vida social y es la magnitud que marca más exactamente el nivel de nuestro miedo. Los actos vandálicos pueden despertar su perfil monstruoso. Como aquel memorable verso de Eliot miraba el apacible río como un dios pardo y huraño, paciente hasta cierto punto...

viernes, 5 de agosto de 2011

Panorama exterior: Agosto y el peligro

Los meses de agosto guardan en los últimos años un especial peligro. Siempre lo he considerado un mes turbio y engañoso. Se dice que en la España meridional todo queda en suspenso durante el mes de agosto, en una especie de paréntesis de domingo interminable. Pero es mentira. Su calma ha sido siempre aparente. Como esos lugares apartados que refleja el primer cine de Peter Bogdanovich donde aparentemente nunca pasa nada pero donde se viven, tras los visillos de una cocina corriente, sórdidos raudales de pasión y las mayores traiciones. Una poderosa influencia parece que esperara a que todo el mundo se marche para agitar el destino de líneas fronterizas, hemiciclos y mercados.
Agosto siempre parece una espesa novela de Paul Bowles. Camina pesado y firme con algo incierto y oscuro en su interior que incrementa la soledad y nos hace más esquivos y, cuando todo parece seguir el curso normal del verano, estalla esa noticia que marca, muchas veces, el pulso de todo un año.
Recuerdo que mi añorado amigo y gran pintor Antonio Galván regaló a su padre -muy preocupado por sus cultivos y la meteorología- en cierta ocasión un precioso dibujo a tinta con las previsiones de las cabañuelas de agosto. Mirábamos la previsión en el periódico de cada día y luego ilustraba primorosamente y con un aire propio de viejas mitologías el mes correspondiente. Las cabañuelas son un cálculo misterioso que nos dice como serán los doce meses del año teniendo en cuenta los doce primeros días de este mes cada vez más complejo. Ahora, parece que las cabañuelas han extendido su sabia influencia y que no solo vaticinan el clima, también el curso abrupto de la vida social y económica y es que, al final, parece que todo nos asocia a ese fatal destino que alumbran las estrellas.

lunes, 1 de agosto de 2011

Panorama interior: El lugar del dinero

La conocida frase no hay dinero se ha convertido en un latiguillo que justifica cualquier carencia en los servicios públicos básicos. Pero la cuestión, como siempre, radica en preguntar varias veces porqué. Cuantas más veces se hace la pregunta, mayor es la inquietud que nos genera la respuesta si se trata, claro está, de una respuesta honesta y sincera.
La bellísima, por su sencillez y antigüedad Puerta Monaita de la vieja alcazaba del Albaicín, en Granada, ha sido pintarrajeada y humillada hasta la exhasperación con actos de lento exhibicionismo gráfico y con una total impunidad. Debería rehabilitarse urgentemente porque cada día que observamos un monumento de esta envergadura mancillado sufre una pequeña humillación esta ciudad y quienes han luchado por ella a lo largo de su larga su historia. Cada visitante, cada viajero que la contemple en este lamentable estado es una resta de nuestro prestigio, una fórmula de propagación de nuestra insensibilidad, de nuestro desorden presupuestario y administrativo, de nuestra falta de cuidado, de la traición al compromiso con una herencia monumental que no solo nos pertenece a nosotros.
Vivimos momentos de confusión proclives al desengaño y la hipérbole. Los actos vandálicos o el gamberrismo viven años de una práctica impunidad. Hay vandalismo verbal en las tertulias, en las nuevas informaciones de la vida social, un flamante vandalismo financiero y una escalada de vandálico instinto tribal en las atormentadas metrópolis de nuestro tiempo. La falta de presupuesto es consecuencia de esta y otras irresponsabilidades porque el dinero que nos falta solo cambia de lugar, solo se atesora o exhibe impunemente en otro espacio recóndito y escorado.
Ahora, en algunas ciudades descuidadas, nuestros monumentos tiritan de suciedad y abandono. Alguien dirá que nos falta el presupuesto pero ese dinero que nos conduce hasta la insatisfacción estará en la nómina inflada de algún asesor inoperante, en alguna factura de inútil propaganda institucional o, acaso, en ese abultado seis por ciento de rentabilidad que paga -al día de hoy- nuestra maltrecha deuda soberana para solaz de oscuros especuladores sin principios.

lunes, 25 de julio de 2011

Panorama exterior: Otra vez Annual

Se cumplen en estos días noventa años del conocido Desastre de Annual, una inmensa tragedia que los españoles recuerdan como la pesadilla y el precio por la nulidad militar y la incompetencia administrativa. La referencia histórica siempre ha estado muy presente, como algunos valiosos recuerdos, en la pequeña mitología familiar. Mi abuelo Enrique García Salcedo fue herido y aquella herida terminó por llevarlo poco después a la tumba. Dos de sus hermanos, ambos más jóvenes que él y también oficiales de caballería, desaparecieron en el desastre y, al parecer, murieron de manera tan honrosa como especialmente cruel a manos de los despiadados rifeños.
Se ha dicho que nuestra Guerra Civil oscureció la memoria de la Guerra del Rif. No es del todo cierto: Las dimensiones de la tragedia son tan enormes que no es posible tamaña deslealtad con la historia. Lo que ocurre es que aquel sino trágico de España precisa tantas atenciones que no podemos dedicar demasiado tiempo a cada página siniestra de nuestro siglo XX. Quizá por eso solo llevemos a cabo un vistazo superficial. Nadie recuerda la creación después de la derrota de aquella efímera República del Rif que deseaba una relación de buena vecindad con España, construía escuelas, presumía ante los corresponsales de guerra de la organización de su Hacienda y hasta llegó a solicitar su ingreso en la Sociedad de Naciones. Y es que conocer la realidad del desastre no es tan fácil cuando son tantas y tan graves las responsabilidades contraídas y tan asombrosa la inutilidad del esfuerzo, a pesar de la buena gestión que finalmente pudo hacerse durante el Protectorado.
Advertido del aniversario, evitando otras aportaciones más truculentas y discutibles, he decidido volver a leer la segunda parte de La forja de un rebelde, la extraordinaria novela autobiográfica de mi paisano Arturo Barea, que lleva por título La ruta y que describe su terrible experiencia como sargento en aquel miserable conflicto. La firme visión de Barea es la de una corrupción ácida y destructiva que encuentra desde el instante mismo de su llegada y que le va anunciando la calidad del desastre que se avecina, es la visión de un espíritu digno en la mitad de un erial sin principios y sin futuro. No hay mejor homenaje para cualquier efeméride que la de buscar una mirada lúcida que nos permita recordarla sin egoístas intermediarios o traiciones. Leamos a Barea para comprender ese misterio de la extraña distancia que nos separa del Rif, tan próximo, tan lejano, casi visible en nuestra vida cotidiana sobre el abismo engañoso de El Estrecho.

viernes, 15 de julio de 2011

Un regalo de Carlos Medrano

DEL PASO DE LOS DÍAS
Para Jesús García Calderón y Leonor Hinchado
Pues ves lo que se salva de los años,
soy fiel a mí tras lo que fue segado.
Te entrego el brazo con el que no escribo
y la oquedad del mundo en su silencio.
Tuve fe en las palabras más hermosas
que con amor brotaron de mis labios.
La noche conoció constelaciones
caídas en destellos sobre el alba.
De lo que viviré no sé qué parte
será corona o resplandor de abismos,
llegada y fuente o barrizal de olvido.
Tendré lo que ahora tengo: del verano
la claridad de su sabiduría,
la mano abierta con que aparto el frío.


Carlos Medrano
Mallorca, 29.junio.2011

lunes, 11 de julio de 2011

Bruckner en La Alhambra

Cuando descubrí, de forma tardía y como tantos latinos, la música de Anton Bruckner, pensé que se trataba de una obra tan profunda como bondadosa. Parece que los datos generales de su biografía demuestran mi inclinación, aunque aparezcan episodios en su vida provinciana bastante ambiguos y vinculados con ciertas oscuras debilidades. Bruckner, llevando la contraria a la habitual precocidad de tantos grandes compositores, estudió hasta los cuarenta años en una época en la que la vida discurría por senderos repletos de inquietud, quizá porque esa misma inquietud por el fracaso lo acompañó durante toda su vida como una ingrata bendición para su creatividad. No hay en su obra un ápice de autocomplacencia.
Sus artificiales detractores, los partidarios de Brahms y enemigos de su amado maestro Wagner, quizá lo trataron como un simple maestro provinciano y como un buen organista. Pero estaban en un tremendo error. Un error, desde luego, muy beneficioso para la cultura europea. La persistencia del maestro sirvió para condensar la Viena de su tiempo y casi para anunciar el final de una era que entonces parecía inamovible. Hay en su música la nostalgia por un mundo perdido cuando se encontraba alzado sobre una engañosa plenitud.
He tenido la inmensa fortuna de acudir a los dos conciertos que ha ofrecido la Staatskapelle de Berlín dirigida por Daniel Baremboin en el 60º Festival Internacional de Música y Danza de Granada, interpretando de manera magistral en el patio del Palacio de Carlos V las tres primeras sinfonías en su versión más pura, aquella que preservó el compositor sin enmiendas apresuradas y exigidas por los directores de orquesta de su tiempo. El espectáculo ha resultado un arrebato de rigor, pasión por la vida y de cultura. Y entre tanta impostura y ambigüedad, se agradece esta exhibición de certeza que nos proporciona el mejor alimento para la razón. Quizá esto que ahora los columnistas, analistas financieros y tertulianos llaman "los mercados" debiera escuchar con atención al maestro de Linz para vislumbrar un poco de calma y de virtud.

sábado, 2 de julio de 2011

Panorama interior: Sobre la libertad de los monumentos (fragmento de un discurso académico)



…el desarrollo urbano nunca precisa destruir aquella zona de influencia de los viejos monumentos. Es un error reducir estos barrios históricos con una trama densa y mediocre que aproveche sus virtudes monumentales. El entorno monumental no debe alzarse sobre los pilares de la especulación, como si fuera tierra agrícola sembrada por un ingrato monocultivo inmobiliario.
El monumento tiene que respirar, contar a su alrededor con una esfera de protección que le permita mirar y ser mirado en el ambiente adecuado y convertir así su mera presencia en una colectiva virtud. Nuestra ciudad contiene el maravilloso ejemplo del conjunto monumental de La Alhambra que respira a través de un bosque nutrido y sabio que le niega su vieja condición de fortaleza y que debe permanecer al margen de cualquier veleidad intervencionista y probablemente inspirada en torpes intereses materiales. Pero también contiene nuestra ciudad el mal ejemplo de su Santa Iglesia Catedral Metropolitana de la Encarnación, de esa armónica montaña, en palabras del escritor y académico granadino Antonio Enrique, que no puede ser absorbida en su plenitud por la visión del ciudadano y que, al margen de otras tristes agresiones, quedó minusvalorada sobre algunas construcciones sin valor alguno que acosan su imponente factura. El continuado error urbanístico perpetrado a lo largo del siglo XX nos priva de la verdadera grandeza del monumento que solo se atisba desde algunos elevados puntos de la ciudad. 
Como ha señalado el profesor Ignacio Henares al recordar su naturaleza artística y origen, el poderoso arco de triunfo de la fachada principal podía ser admirado desde la mayor parte de los caminos que llegaban a la ciudad en la época en la que esta coincidía con el actual casco histórico y se abría a un paisaje de huertas para alcanzar a través de ellas el verde espejo de la vega…

lunes, 27 de junio de 2011

Panorama interior: Sobre la libertad de los monumentos (fragmento de un discurso académico)

...un palacio cerrado es otra oportunidad perdida. Una escultura colosal escondida en la profundidad del mar es una esperanza. Un yacimiento arqueológico oculto, un reto para la ciencia. Cada parcela patrimonial cumple una función distinta y los monumentos, por su habitual convivencia con la ciudad, son una riqueza colectiva que debe cumplir una indispensable función social. Su contemplación, transmisión y su disfrute es un imperativo moral, además de una previsión legal que alcanza rango constitucional.
Ha sido la legislación protectora de los bienes culturales la más avanzada en su compromiso social. Capaz de crear el concepto más antagónico de la propiedad privada a través de la declaración de bienes materiales como Patrimonio de la Humanidad o de establecer fórmulas reales de valor incalculable o de práctica incomerciabilidad.
El origen de esta percepción quizá se encuentra en el famoso Informe suscrito en 1903 por el historiador del arte Alois Riegl en la Viena imperial para mejora de la protección legal  de los monumentos públicos de Austria y que se conoce en la historiografía actual como El culto moderno a los monumentos, su carácter y sus orígenes. Es evidente que este prodigioso documento marca un trascendental cambio de tendencia en la percepción de los monumentos públicos y en toda la cultura europea. El documento de Riegl es multidisciplinar -él mismo contaba con cierta formación jurídica- y considera especialmente necesaria, entre otras consideraciones acerca de los distintos valores que guardan estos bienes culturales, una ley protectora que los tutelara adecuadamente.
El gran historiador de Linz es consciente del cambio que opera en su tiempo la percepción de lo antiguo y nos recuerda que cada ciudadano siente la ofensa a aquellos monumentos que asume como propios con un gran dolor, tanto como el desprecio de los principios religiosos y de los símbolos de fe para un creyente. El gran hallazgo de Riegl es descubrir que el culto a los monumentos procura un estado de ánimo liberador para cada sujeto ya que su disfrute pacífico constituye una forma de desarrollo personal y social porque se viven como una necesidad natural del placer. Sus trabajos anuncian, en definitiva, que la libertad de los monumentos es también una forma de libertad para los ciudadanos...

Lectura del Discurso de Ingreso en la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación.
Granada, 28 de junio de 2011 a las 20.00 horas.