miércoles, 7 de septiembre de 2011

Panorama interior: La juventud de la ciudad


Pregón para las Fiestas del Barrio del Zaidín del año 2011

Sr. Concejal Delegado, queridas y queridos conciudadanos, señoras y señores:

Constituye para mí un gran honor pregonar estas XXXVª Fiestas Populares del barrio Zaidín-Vergeles y agradezco muy sinceramente que la Asociación de Vecinos haya tenido la gentileza de acordarse de mí en una fecha tan señalada. Yo no soy más que un jurista comprometido con la verdad y no pocas veces abrumado por distintas responsabilidades que ha querido, quizá por ello, dedicar buena parte de su inquietud y de su esfuerzo a la escritura y a la defensa legal de esa relación que sostienen los bienes culturales con la ciudad. De ahí parte un diálogo tan enriquecedor que debe ser entendido y preservado, que nos hace mejores y más libres y que nos permite construir con mayor decisión y acierto nuestro futuro.
Quienes me conocen saben que me gusta recordar aquella frase del gran escritor portugués Miguel Torga cuando señalaba, con su habitual y serena lucidez, que un hombre no es más que la juventud que queda dentro de él. Yo creo que las ciudades, estas viejas ciudades históricas de España y de Andalucía, también son y serán en el futuro la poca juventud que nos queda dentro de ellas. Esta certeza proclama que debiéramos examinarlas con mucha más sencillez, respeto y atención, elevar la cabeza y mirarlas en el espejo de sus barrios y en los nuevos espacios urbanos que las decisiones públicas han ido tejiendo, no siempre de manera afortunada, a su alrededor. Solo así podremos descubrir la verdadera juventud que poseen, una fuerza que acaso les falta en otros distritos más favorecidos o rentables porque será, en definitiva y le pese a quien le pese, la juventud de sus barrios la que les permita solucionar los problemas más próximos y decisivos, alentando una convivencia justa, pacífica y prometedora.
Lamentablemente no sabemos, como regla general y quizá porque ninguna escuela nos lo enseña, mirar con suficiente atención a la ciudad en la que habitamos, un espacio esencial que determina aquellos perfiles más gruesos de nuestra felicidad y casi de nuestra vida. Confiamos en conocer la ciudad solo por pasear por algunas calles céntricas y emblemáticas o por conocer su entorno monumental o por visitar sus centros comerciales y creemos que viendo ese fluido discurrir frente a nosotros ya sabemos cómo fue su pasado y se nos revela cómo será nuestro futuro. Pero estamos profundamente equivocados. Mirar a la ciudad es mirar a sus calles secundarias, contemplar su vida cotidiana y su inquietud, mirar frente a frente a los valores y sueños que alientan el trabajo y el esfuerzo cotidiano de sus habitantes y mirar sin complejo alguno sus problemas como si fueran, todos ellos, propios a un tiempo de cada uno de sus rincones, de todos y cada uno de nosotros. Mirar a la ciudad, en definitiva, es mirar ciudadanos y no contribuyentes y hacerlo en la tarea más cotidiana que les asigna el destino de sus vidas, porque justo en ese cauce de la normalidad –tantas veces olvidado- está lo que realmente somos y lo que podremos llegar a ser, al margen de las veleidades que imponen el tiempo y la fortuna.

I

Leopoldo Torres-Balbás, eminente arquitecto, compañero histórico en la Academia de Bellas Artes y arqueólogo, un hombre cabal y a quien tanto debe la ciudad y el mito de Granada y a quien se debería, por cierto, recordar más a menudo en nuestras aulas, salones oficiales o institutos, cuando leyó su Discurso de Ingreso en la Real Academia de la Historia, por aquellos mismos años en los que empezaba a trazarse este barrio con tanto trabajo y no poca dificultad, agradeció aquel justo reconocimiento y lo hizo considerando que había sido el hombre más afortunado de su tiempo por haber dedicado su vida a la restauración y arreglo de los más notables conjuntos monumentales de nuestra patria y, de manera muy especial, al prodigioso y cercano conjunto monumental de La Alhambra.
Nos aseguró entonces este eminente profesor de Historia de la Arquitectura que los viejos edificios, más o menos alterados por el paso de los siglos, en frecuente complicidad con la fiebre destructora y la torpeza humanas, no son más que islotes, testimonios aislados de civilizaciones desaparecidas. Para intentar comprenderlos, es necesario evocar el ambiente en que se levantaron, reconstruir idealmente el medio capaz de crearlos y el conjunto urbano del que formaron parte.
Esta sabia preocupación que nos recuerda el gran restaurador de la Alhambra le hizo comprender que, para conocer realmente un monumento hay que levantar la vista y mirar todo aquello que habita a su alrededor. Mirar lo que está próximo y mirar también aquello que vive un poco más lejos pero que se vincula con el lugar concreto que admiramos porque allí es donde encuentra su sabia el entorno monumental para persistir, donde bebe la energía que lo mantiene alzado ante nuestros ojos. La ciudad tiene que ser entendida en su integridad y en toda su riqueza y variedad para valorar mejor la calidad de vida a la que podemos aspirar y la inversión que realmente necesitamos para garantizar un desarrollo armónico y suficiente. La ciudad no puede acotarse y hacerse más pequeña con una mirada entristecida y ambigua, por una sensación de incapacidad que nos impida abarcarla en todo su significado y comprender las lecciones que siempre nos proporciona una Geografía de la realidad.
Buena prueba de este mensaje integrador es que el desarrollo urbano de Granada viene colocando al Zaidín en un lugar completamente privilegiado. Lo ha sido casi siempre si examinamos con atención el curso de la historia. De ahí que el desorden inicial de su construcción tienda a corregirse y termine por implicarse en los ejes esenciales de la ciudad, una tendencia más acusada con el pleno desarrollo de las nuevas comunicaciones interiores que debieran integrar completamente este populoso distrito como una referencia básica en el desarrollo de los grandes servicios públicos. Comprender esta realidad y la importancia de su cuidado, es una magnitud esencial para alcanzar el horizonte y nivel que se merece nuestro entorno.
Esta condición valiosa debe ser también una convicción de sus ciudadanos para exigir su mejora y una suficiente atención, para incrementar el compromiso social de sus habitantes y para recordar el pago de aquella Vega idílica sobre el que se asentó y que aún no está definitivamente perdida porque sigue viviendo en el alma de muchos granadinos y aún puede ser recordada mediante actuaciones urbanísticas que sean respetuosas con el legado inmaterial de la historia.
Barrios como el Zaidín demuestran la importancia que tienen los bienes culturales como una condición de presente para restablecer el equilibrio socio económico de una ciudad histórica que vive los problemas más acuciantes de nuestro tiempo con bastante intensidad. Entre sus calles se alza el famoso Alcázar del Genil que demuestra el punto privilegiado del entorno en el que se asienta este barrio que debe reclamar que la iniciativa pública no acumule sus proyectos más emblemáticos y costosos sobre otras zonas céntricas de la ciudad.
Las nuevas apuestas arquitectónicas de la ciudad de Granada que se alzan junto a este barrio sirven como argumento a mis palabras y debieran entenderse como una referencia básica para conocer el sentido y la dirección de nuestro esfuerzo.

II

Me ha resultado especialmente grato comprobar que sus organizadores han querido dar a estas fiestas populares una ambiciosa vocación al titularlas como unas fiestas por la cultura y la dignidad.
Las fiestas que tengo el honor de pregonar demuestran la firme ilusión del Barrio del Zaidín por la cultura como la fórmula más adecuada y responsable de integración social. El programa que se presenta muestra una saludable preocupación por conjugar la cultura y el ocio, recordando todas las edades y manteniendo una serie de jóvenes tradiciones que han arraigado en una celebración singular que ha sabido mantener sus criterios de abierta y generosa participación ciudadana.
La calidad social del barrio del Zaidín ha venido determinada durante los últimos años por la hospitalaria y serena recepción que ha dado siempre a quienes han llegado de lejos para trabajar junto a nosotros. No hay actitud más noble y respetable que la de aquellos trabajadores que deben abandonar su espacio natal sin apoyo ninguno y se desplazan hasta una sociedad que los recibe muchas veces con una excesiva desconfianza. Su equipaje es ligero pero está lleno de ilusión. No es otro que su esfuerzo para rendir y prosperar, el mismo equipaje que tantos granadinos y españoles llevaron consigo hasta lejanas tierras de Europa y América o hasta este mismo barrio desde pueblos alejados de esta y otras provincias de Andalucía para encontrar un futuro mejor o incluso el corto pero profundo camino de aquellos que llegaron desde otros barrios históricos de la misma ciudad de Granada, barrios desbordados demográficamente durante aquellos años de un áspero y falso desarrollismo que comenzó a destruirlos con una total impunidad y con una absoluta falta de respeto a los inmensos valores materiales e inmateriales que atesoraban.
Conocer todo este continuo testimonio vital, compartir tantas ilusiones y proyectos, contemplar tantas partidas y regresos, le ha otorgado a estas calles una enriquecedora experiencia colectiva que debe ser compartida y objeto del mayor apoyo institucional. No es un tópico irrelevante señalar al barrio como un espacio multicultural. Se trata una tarea amplia y plural que eleva la convicción de nuestros derechos y que enseña a quienes dudan de la capacidad de nuestro pueblo para entender el sentido del verdadero progreso.
No cabe duda que este espíritu conciliador es la mayor riqueza de nuestro barrio y es el que permite tan saludable apuesta festiva y desinteresada por la dignidad y por la cultura. La inmigración no es una finalidad en sí misma. A veces viene unida a la idea de temporalidad pero cuando se asocia con la vocación de permanecer, la inmigración solo puede ser concebida en una sociedad democrática como un camino recto hacia la ciudadanía.

III

Si la calidad social del barrio del Zaidín viene determinada por su probada capacidad para la integración del colectivo de inmigrantes, no debemos olvidar que esta filosofía parte de una convicción serena y firme como es la de considerar un indicio de riqueza, justicia y prosperidad el hecho de recibir a quienes trabajan con nosotros para el desarrollo de un presente esperanzador.
Los tiempos han cambiado pero no deben transformar nuestras convicciones. Ahora se trata de superar estas graves dificultades económicas que viene produciendo una crisis que todos sabíamos que tenía que llegar, tarde o temprano, a consecuencia de una cultura fracasada que condena a nuestros jóvenes a un horizonte sin futuro, con escasos valores y lleno de una espesa inquietud. Un tiempo sin rigor en el que todos debemos sacrificarnos y ayudarlos a encontrar ese lugar que les corresponde como nuevos ciudadanos que aporten su esfuerzo a la satisfacción del interés social. No son nuestros hijos, no son nuestros nietos, sobrinos o amigos, somos nosotros mismos quienes fracasamos y quienes nos hundimos en la injusta cortedad que nos impone la insolidaridad de una riqueza que no tiene el sabio origen del trabajo sino el de una especulación egoísta, torpe y salvaje: Se trata de un camino que no llega a ningún sitio, de un viaje a ninguna parte que se adentra con el paso del tiempo en una senda oscura y llena de peligros de no ser por el apoyo de la familia y la defensa de una sociedad donde arraigue la justicia social.
De todos los problemas que pueda sufrir este barrio, estoy convencido que ninguno alcanza la gravedad del problema del desempleo y, en especial, del desempleo juvenil que afecta prácticamente a la mitad de nuestros jóvenes, paradójicamente aquellos que pertenecen a la generación que ha tenido la mejor y más sólida preparación de nuestra historia. Puede que sea más triste cuando esta lacra te alcanza en la madurez, pero sin duda resulta más peligroso y dañino cuando impide la creación de nuevas familias y no responde a la pregunta primaria que cualquier joven se hace al preguntar cuál es el camino que debe seguir en la vida.
Sin alternativas, no hay futuro, no hay proyectos ni la dignidad social suficiente para que nuestra sociedad merezca ser calificada como una verdadera sociedad democrática.
No solo negamos el trabajo a los jóvenes, se lo proporcionamos de forma totalmente precaria, con sueldos insuficientes o ridículos y en condiciones que atentan, en demasiadas ocasiones, contra sus derechos más elementales como trabajadores. Sí, corren tiempos difíciles pero no son igualmente difíciles para todos. Es este un momento para la solidaridad y un momento en el que estas fiestas resultan especialmente necesarias. Porque lo importante no es reiterar que esta crisis económica presenta una severidad inusual. Lo importante de la crisis es comprobar hasta qué punto afecta al clima de nuestros derechos y libertades más elementales y que hemos sabido conquistar como ciudadanos responsables.
Las fiestas del Zaidín son ahora más necesarias que nunca. Útiles para convivir, para que jóvenes, niños y mayores cambien impresiones y experiencias y puedan dialogar, para conocernos mejor y demostrar que el ocio no está reñido con el descanso. Para recordar que somos ciudadanos comprometidos que saben que la alegría es un buen alimento para convivir. 
Muchas gracias por todo, buenas noches y felices fiestas