lunes, 22 de abril de 2013

Antonio García Orio-Zabala: Crónica y olvido de un maestro (fragmento)

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En los últimos treinta años se ha pretendido construir una identidad regional sin tener en cuenta todos sus matices. La cultura suele desbordar al comportamiento oficial como el simple paso del tiempo vence cualquier forma de codicia. No hay territorio menos propicio para la imparcialidad, en el juicio crítico de quienes han aportado un legado estimable, que un cambio pacífico de régimen. Han sido muchos los equívocos que han pesado sobre la obra de Antonio García Orio-Zabala. El problema es que casi nadie lo ha leído antes de juzgarlo, bien porque no ha querido o bien porque no ha podido ante la escasa difusión de sus mejores obras. Estas personas han juzgado un reflejo, una imagen transmitida en una coordenada temporal distinta y próxima, en ese tiempo en el que las cosas todavía no alcanzan una suficiente envergadura temporal para despertar nuestro interés o curiosidad. Ahora, la perspectiva que tenemos del teatro, el periodismo o la narrativa que se hacía en Extremadura en los años cincuenta o sesenta es mucho más acertada y podemos observarla mejor y hacerle justicia.
Quizá sus mayores éxitos los obtuvo mi padre en el teatro. La pasión por la escena la tuvo siempre, casi desde la niñez. Según me contaron, todos los años recibía en el caserón de La Albuera a una compañía de cómicos de la legua a los que cedía el corral de la casa para que pudieran hacer sus funciones, además de algún precario alojamiento. Al parecer, aquel grupo se presentaba como Compañía Picasso y los acompañaban algunos actores estimables. Por mi edad y lamentablemente, no guardo ningún recuerdo de todo aquello pero siempre que veo El viaje a ninguna parte, uno de los mejores títulos en la historia del cine español, me imagino aquella forma de franca hospitalidad familiar que definía el carácter de mi padre y su manera de escudriñar en todas las representaciones de la vida.
Su teatro gozaba, a pesar de los tímidos cauces de difusión con los que contaba, de una enorme popularidad. Así como hemos referido que su obra literaria tuvo un carácter casi privado durante los años de posguerra, sus comedias, sainetes y estampas teatrales le otorgaron muy pronto en nuestra región la condición de autor teatral. Escribía, en muchas ocasiones, por encargo, de forma completamente desinteresada, con una rapidez asombrosa y para funciones que se estrenaban habitualmente por grupos de aficionados en el Teatro López de Ayala. Aquellos pequeños éxitos locales tenían una difusión inmediata en la provincia, otorgándole un reconocimiento tan limitado como sincero. Lo extraño es que estas comedias para uso doméstico alcanzaran una difusión pública de tanta importancia para la época y se convirtieran, muchas veces, en un verdadero acontecimiento social. Lo pone de manifiesto Francisco López-Arza cuando analiza el escaso repertorio teatral extremeño de la posguerra y recuerda aquellos humildes estrenos de mi padre que había extraído del terruño extremeño, tipos y caracteres, gracias y decires, y los había vertido certeramente en comedias llenas de simpatía e ingenio[1].
Deberíamos recordar, sin ánimo exhaustivo, títulos que estrenó desde finales de los años cuarenta y hasta bien entrada la década de los sesenta como El Fuerte del Diablo, Compuesta y sin novio, El corazón de la muñeca, Altar, el cuadro poético Realeza y Caridad con vestuario y decorados de Antonio Juez; juguetes cómicos como Noche de Reyes o El milagro de doña Pepita, el cuento escenificado Las dos muñecas o la estampa costumbrista Cortijeros, que estrenó la Compañía de Luís Benito Arroyo en Badajoz y en varias capitales de España con un notable éxito y con la actuación, entre otros actores, de Miguel Armario[2].
Mi padre tenía otras muchas aficiones que lo hacían bastante feliz y le servían para relacionarse con los demás. Eran sencillas y complejas a la vez. Por ejemplo, la lectura recomendada y su comentario. Los toros, su crítica y su anecdotario infinito[3]. El circo y su trastienda. El género lírico español que canturreaba de vez en cuando y que le llevó a escribir libretos como el Romancillo de Pascualete, una fantasía lírica extremeña compuesta con el maestro Santiago Berzosa o la Suite de la Hispanidad compuesta con el maestro José Albero Francés. Otra de sus grandes devociones era Portugal donde acudía a menudo y cuya proximidad sentía como un espléndido regalo de la geografía o un dulce capricho de la historia. Cada vez que cruzaba la raya podías pensar que era la primera vez que lo hacía y, como le ocurre a muchos pacenses, cada vez que volvía de Portugal, parecía que llegaba hasta su casa de dar la vuelta al mundo ...


[1] En Poesía y sociedad de la Extremadura de posguerra (1936-1975) de Francisco López-Arza y Moreno. Junto a mi padre, se citan otros dos autores teatrales, Antonio Zoido y el periodista Antonio Soriano. Publicado en Revista de Estudios Extremeños, volumen 57, número 1, Diputación Provincial de Badajoz, 2001.
[2] Miguel Armario Bosch (1916-2000) fue un notable actor español que alcanzó la fama a partir del año 1965 cuando interpretó al Tío Aquiles en Televisión Española y en el programa Los Chiripitiflaúticos, primero como parte del programa Antena Infantil y posteriormente como un programa independiente de enorme éxito popular. El estreno contaba con algunas aportaciones del músico extremeño Joaquín Macedo, tío de mi padre.
[3] Entre un enorme número de actividades taurinas, como recuerda Bernardo Víctor Carande en su libro Bienvenida Papa Negro, Servicio de Publicaciones de la Diputación Provincial de Badajoz, 1997, fue el artífice del gran homenaje que se tributó a Manuel Mejías Rapela (1884-1964) Bienvenida, conocido como El Papa Negro antes de su muerte.