martes, 31 de enero de 2012

sábado, 21 de enero de 2012

Panorama exterior: Otra vez la pobreza

Lejos del abismo del Tercer Mundo, en el occidente europeo, la pobreza -quizá por su carácter esencialmente relativo- ha presentado muchas definiciones y hasta límites controvertidos que han variado sustancialmente con el desarrollo del conocimiento, de la reivindicación pública y con el disfrute pacífico de las libertades. En fechas relativamente recientes, cuando el presidente Lula alcanzó el poder, su propuesta era tan elemental como incuestionable: Todos los brasileños debían comer tres veces al día. Cada encrucijada social define la pobreza de una manera distinta. El acceso a los bienes y servicios básicos (alimento, agua potable, vivienda, educación y sanidad) determina una condición de pobreza extrema que muchos pensaban desterrada para siempre de los países occidentales de nuestro entorno. Pero la pobreza ha vuelto y convive otra vez con nosotros medio oculta, creciente y cegada por el exceso ridículo de luz artificial que anega las ciudades o abrigada en la oscura soledad de abiertos campos, antes yermos, donde brotan ahora apresuradamente preciosos vegetales bajo el plástico precario de inmensos invernaderos que parecen remiendos del paisaje.
Desde hace décadas, el hambre y la pobreza fueron diluyéndose en el estómago de la inmigración y en la pantalla opaca y silenciosa del Estado del Bienestar. La pobreza dejó de ser visible y fue sustituida por la pura marginalidad, una magnitud necesaria para alimentar voraces y oscuros apetitos vinculados con las grandes adicciones. Fue el crimen organizado quien hizo que su fiereza destrozara generaciones y recorriera los arrabales de cualquier ciudad entre dosis de indiferencia y hasta de impunidad. Mi generación no ha convivido con pobres, con honrados y prolíficos menestorosos, con familias tan necesitadas que tuvieran que recurrir a la caridad para obtener el alimento o el techo. La pobreza, la harapienta y limpia pobreza involuntaria que venía condicionada por la cuna, el clasismo y la ausencia de un trabajo estable y mínimamente retribuído, casi había desaparecido en occidente para orgullo de todos y para sostener una mínima dignidad colectiva.
Algunos, desde hace algún tiempo, sentimos que vuelve la pobreza. Los más necesitados, los mayores sin recursos con apercibimientos de deshaucio a los que olvida completamente su familia, los jóvenes sin empleo, las familias monoparentales con mujeres sometidas a vergonzosas condiciones de trabajo son colecivos que ocupan espacios de marginalidad, de rabia y de silencio. ¿Veremos de nuevo, en las calles de la brillante Europa, la indigencia del frío o esa suprema humillación del hambre?
Quien me tache de apocalíptico creo que no sabe descubrir las traiciones del mundo.

Foto Jesus García HInchado

jueves, 5 de enero de 2012

Panorama interior: Crisis de ayer

Hablar de crisis es hablar del pasado y enturbiar un poco más nuestro futuro. La escasez monetaria no es una contingencia, es una nueva realidad consolidada que ya tiene el atributo de lo ordinario. Lo crítico se vincula con una cierta fugacidad, con la dislocación abrupta de una sociedad sorprendida que desemboca, si nadie lo remedia, en un grave conflicto o en una extendida depresión ciudadana. Solo la escasa virtud que encuentra la vida pública en la verdad, mantiene esta especie de inútil esperanza en recuperar precisamente ese pasado que nos condujo al pequeño abismo cotidiano de la inseguridad presupuestaria. Olvidemos la crisis y no preguntemos cuando terminará. La crisis ya terminó ahora vivimos la verdad. Crisis significa escasez o carestía pero antes quiere decir mutación, un cambio histórico que abre un extraño tablero con distintas reglas y otros jugadores más crueles y distantes, más lacónicos y perspicaces.
Creo que quienes gestionan los recursos públicos debieran olvidar cuanto antes la palabra crisis y hablar claramente de la nueva realidad económica actual. Un espacio fértil para el egoísmo de los mercados y para la venganza de la absurda especulación reinante durante tantos años en la vida cotidiana de las clases medias.
Mi ignorancia en materia económica no me impide reflexionar. Los funcionarios responden a la cortedad limitando el consumo hasta parámetros que, pocos meses atrás, resultarían sencillamente increíbles. Se hunden las ventas de utilitarios y se disparan las de coches de alta gama. El lujo se hace más rentable y ostentoso que nunca. Los relojes más caros presentan tamaños desmedidos. La ropa de marca reproduce su signos distintitivos ad nauseam. Los perfumes exclusivos compiten por el dorado perfil de un simple tarro. Solo podemos extraer de todo este marasmo moral una triste conclusión: En general, son las clases medias las que soportan, injustamente, el precio y el peso de esta nueva verdad económica y laboral. Son ellas las que mantienen sus viejos vehículos, las que cuentan las noches y esperan. La otra opción es aún más siniestra pues nos conduce a la impune victoria del fraude y del dinero oscuro. Y ambas propuestas, además, no son incompatibles sino complementarias
Ni siquiera el poderoso Mercurio aprobaría, tal vez, tanto desorden y tanto irresponsable.