viernes, 29 de octubre de 2010

Panorama exterior: El libro de los árboles

Siempre han tenido los juristas una especial inclinación hacia la exactitud y esta peligrosa tendencia se acentúa cuando, olvidando aquellos rigores propios de la compleja interpretación de las leyes, deciden adentrarse en ese campo de la verdad que siempre procura acotar -sin conseguirlo- la verdadera poesía, extraño territorio que bien podría considerarse un invisible y pequeño campo de batalla. Con esa misma exactitud quiso titular el  también jurista Aquilino Duque su primera y extraordinaria antología, El campo de la verdad, en aquella vieja colección Adonais de 1958 que lo presentaba como el autor de una novela inédita, Cantando en el ansia, de la que nunca más, lamentablemente, se tuvo noticia pública. En sus conocidos diarios de posguerra, Ernst Jünger nos recordaba que, en lo más hondo, el estilo de un escritor se basa precisamente en la justicia, sólo el hombre justo sabe como hay que sopesar la palabra, como hay que sopesar la frase. Le interesó mucho esta breve cita a mi paisano Luciano Feria cuando la coloqué como pórtico de aquel breve cuaderno que la bondad de Juan María Robles Febré quiso publicar en sus Cuadernos Poéticos Kylix bajo el título Reos.
Ahora, al encontrarme felizmente con este libro que acaba de publicar Alicia Aza bajo el título El libro de los árboles en la colección de poesía de Ánfora Nova, enriquecido con un elegante prólogo de Manuel Gahete, me pregunto porqué Alicia ha dedicado tanto esfuerzo en el pasado al estudio del Derecho Mercantil olvidándose de la importancia de transmitirnos su observación lírica de una realidad escondida que, paradójicamente, sólo se muestra con toda sencillez justo a quien sabe mirarla exactamente con los ojos del alma.
Sus poemas tienen la virtud de demostrar la delicada vocación de los árboles, los que nacen en nuestro interior y viajan con nosotros y de aquellos que la naturaleza nos entrega como débiles señales que permiten vislumbrar el rumbo de un camino lúcido y virtuoso. Los árboles no son sólo los árboles que enriquecen el paisaje y explican a la misma tierra, son además la sabia reflexión de quien pregunta en el lugar y en el momento exacto, de quién sabe situarse ante la decisiva prueba del asombro escuchando el rumor que nos  revela una infeliz sospecha, la que abandona la comodidad de una realidad superficial y se adentra en esa vida vegetal dulce y secreta que sostienen, como diría Álvaro Valverde, las crueles raíces del tiempo.
El primer libro de Alicia Aza guarda en él muchos caminos. Confiemos en que se anime a emprenderlos como aquel barco del norte que afronta su destino sin temer a los rigores del clima y a la ingratitud del silencio. Probablemente lo hará porque, como nos demuestra en sus versos, guarda su voluntad la fortaleza de esos Cipreses custodios que atesoran una madera resistente que lanza a un largo viaje.
No sería justo concluir sin añadir a todo lo anterior que, entre tanta impostura como la que tenemos que soportar en una España tan previsible en el mundo de la palabra, el oficio que desarrolla José María Molina Caballero merece un elogio mas que sincero y un ruego para que continúe con su excelente y discreta labor editorial. Las voces de tantos buenos escritores (mi colega Francisco de Paula Sánchez Zamorano podría servirnos de ejemplo) hubiesen quedado para siempre anegadas por una irresponsable indiferencia de la intelectualidad triunfante de no ser por su acierto y por su mucha generosidad.

sábado, 23 de octubre de 2010

Panorama exterior: El Inca Garcilaso

Por medio de la Facultad de Derecho de la Universidad de Granada, recibo la amable e imprevista visita del Dr. Luis Cervantes Liñán, Rector de la Universidad Inca Garcilaso de la Vega de Lima. Siempre resulta placentero mostrar el equilibrado patio de nuestra Real Chancillería a quien llega desde la América hispánica para buscar la ruta vital del gran escritor del Cuzco. Me comenta el profesor Juan Alfredo Bellón que, salvo en Sevilla, despiertan poco interés en España los primeros escritores mestizos. Siendo el mestizaje profundamente español, resulta ingrata esta carencia que aún estamos a tiempo de corregir, alineando la obra del Inca Garcilaso con la de otros grandes escritores de la época. Quizá por ello quiso el azar que muriera precisamente en 1616.
La peripecia vital de Gonzalo, hijo de un capitán extremeño y de la ñusta Chimpu Ocllo, es prodigiosa y poco conocida por el público y diría que hasta poco apreciada por el estudioso, salvo aquellos pacientes especialistas que encontraron en su obra tantas y tan diversas fuentes para el deleite intelectual. Sólo en las primeras páginas de sus famosos Comentarios Reales demuestra la fortaleza de sus convicciones y la profunda inquietud por adelantarse a su tiempo cuando aclara que el Descubrimiento no fue un proceso unilateral sino que no hay más que un mundo, y aunque llamamos Mundo Viejo y Mundo Nuevo, es por haberse descubierto aquel nuevamente para nosotros, y no porque sean dos, sino todo uno. Y a los que todavía imaginaren que hay muchos mundos, no hay para que responderles, sino que se estén en sus heréticas imaginaciones hasta que en el inferno se desengañen dellas.
Parece obligatorio su conocimiento y frecuente su cita para quien pretenda entender como es debido los lazos que sostienen la relación americana de España. Cuando festejamos la justa concesión del Premio Nobel a Mario Vargas Llosa y se recuerda su doble condición de español y peruano, me sorprende que nadie recuerde la figura extraordinaria de quien, como reza su lápida sepulcral en la Catedral del Córdoba, fuera varón insigne, perito en letras y valiente en armas. Ojala su nombre ilumine el esperado discurso  de agradecimiento del ocurrente y brillante Maestro de Arequipa.

domingo, 17 de octubre de 2010

Mal de la Muralla: El paso valioso

No pude llegar en fecha más propicia hasta Lugo. La conocida precocidad de su invierno me llevó junto  a los primeros días fríos, pálidos y desnudos, ausentes de las viajeras nubes que suelen adornar el  rumoroso cielo gallego, cuando el delicado octubre lugués afronta la quincena decisiva que remata el ciclo anual como un rito ancestral y purificador.
Una vez cumplidos mis compromisos académicos, después de agradecer la invitación de la asociación Alume, volví al interior de la vieja ciudad para encontrar de nuevo el sincero aprecio de un inolvidable grupo de amigos y -como siempre- la sombra de Luis Pimentel.
Tonina Gay, una de las voces más libres que conocí en aquellos años difíciles que me tocó vivir, la que me permitió desde Radio Lugo disfrutar de la compañía y amistad del profesor Jorge de Vivero en las lentas mañanas de domingo para hablar de música y literatura, me regaló dos recientes publicaciones promovidas por el Club Valle Inclán con la Editorial Galaxia que hacen justicia a la obra, tan poco conocida en el resto de España, del abogado, traductor y ensayista lucense Celestino Fernández de la Vega. De una parte, su extraordinario y celebrado O segredo do humor, que puedo por fin disfrutar en una digna edición y de otra, una selecta colección de breves ensayos recogidos bajo el título de Ensaios a proba do tempo entre los que se encuentra el amplio prólogo que escribiera para la primera edición de Sombra do aire na herba en 1959 con el título Vida e obra de Luis Pimentel, pocos meses después de la muerte del poeta.
Su relectura me depara una deliciosa y placentera sensación de reencuentro con  la ciudad y con la obra de aquel admirado y bondadoso médico que tejió, transitando por los soportales de la Plaza Mayor y por las vastas regiones de su alma, quizá la obra poética más pura y asombrosa del siglo pasado hispánico. No son estas palabras exageradas o vacías. El propio Dámaso Alonso cuando prologara su otro gran libro póstumo -Barco sin luces- ya advertía y engañosamente aconsejaba al inocente lector en estos términos: No toquéis a este libro. Podría deshacerse porque es todo de rosas ceniza, de cristal, de hundidas sombras, de aire. Quizá mejor que no entréis en este misterio...
Volviendo a nuestro ensayo, el acierto de Fernández de la Vega al comentar  la obra de su amigo Luis Pimentel resulta estremecedor. No solo refleja el espíritu de una obra que estaba enterrada como el más valioso tesoro: Quizá sin darse cuenta, descubre la compleja relación del poeta con la ciudad y del propio ensayista con ambos, las claves de una persistencia  literaria amparada en la más recóndita urbe que pueda imaginarse, casi escondida en el recodo umbrío de una de las primordiales esquinas del mundo, una relación básica para que pueda gestarse la epopeya íntima del escritor sobre la proximidad y el amparo de la milenaria muralla romana que cercaba sus ambiciones y guardaba sus sueños. Pimentel, el culto ciudadano que ha vuelto desde Madrid con la mejor formación y el mejor bagaje cultural de su tiempo tras vivir en la Residencia de Estudiantes, decide ampararse entre los previsibles muros de su ciudad y dialoga eficazmente con su entorno, con sus calles más próximas, con sus muebles, con el Café cotidiano, con sus frecuentes achaques, con imaginarios viajes que nunca emprenderá, con la defensa de una vida sostenida tras un muro que arropan frondosos bosques, ríos calmados y un exacto silencio.
Muchas veces comenté con mis amigos de Lugo los caracteres de aquella enfermedad imaginaria -tal vez susceptible de integrarse algún día en el siempre incompleto catálogo del DSM IV- a la que quise llamar Mal de la Muralla. Mucho espacio necesitaría para describir los síntomas y el posible origen de esta  extraña dolencia. La distancia y los años, sin embargo, me han demostrado que también afecta a los habitantes más virtuosos una forma del mal que los vincula con tanta fuerza a ese lugar que discurre, en sucesivas y recoletas plazas, junto a la orilla de su milenario adarve y que intensamente propicia una suerte de enriquecedor y constante viaje hacia el interior que destila la más noble y profunda forma de melancolía.
El espíritu de Pimentel, nos recuerda la lucidez de Fernández de la Vega, se va gestando en sus cotidianos paseos por ese largo círculo irregular del amplio adarve de la muralla romana. Allí se produce, en ese paseo redondo, el conocido milagro que nos asocia con un origen ya que cada paso vale por dous xa que, ó mesmo  tempo, alonxa y achega ó punto de partida. La capacidad de alejarse y acercarse a un tiempo de nuestro único destino debe producir un sencillo acercamiento a nuestro ser. Lo sorprendente, quizá, es que nadie comprenda la fertilidad de esta feliz paradoja y no se proyecten nunca alamedas redondas para descubrir mejor las imposturas del tiempo.

jueves, 7 de octubre de 2010

Panorama interior: Fotógrafos

Mi hijo Jesús redime la torpeza que siempre tuve con la fotografía. No recuerdo haberle hablado nunca de esta suculenta forma de entender y mirar la riqueza de nuestra existencia.
Durante su infancia, acaso, alguna conversación habrá pillado de su padre con Bernardo Víctor Carande que siempre presumía -y con mucha razón-  de su larga estancia durante diez o doce temporadas como fotógrafo taurino en el callejón de La Maestranza. Por cierto, algo habría que escribir de aquella pequeña mitología y de su tiempo como chófer y secretario de Orson Welles, aquel Don Orson majestuoso que transitaba sobre la injusta y fascinante España del desarrollismo, la que tan bien destruyó una buena parte de nuestro Patrimonio Histórico mientras alzaba, quizá para compensar, algunos Paradores de Turismo.
Pero volviendo al tema familiar, tengo hacia la fotografía el respeto de quien ve crecer a su hijo comprometiéndose con un noble empeño que nunca le señaló y asumiendo una difícil tarea en la que no puede darle ningún consejo y en la que nada o casi nada puede ayudarle. ¿Existe alguna otra manera de sentirse más ilusionado y orgulloso?
Los hijos son la mejor enseñanza de la madurez. Comenzamos a envejecer de verdad el día que se preocupan por nuestros empeños y horarios más que nosotros por los suyos. Son también los que inclinan definitivamente la balanza hacia el egoísmo o hacia la virtud. Quizá sean ellos con el peso de su influencia quienes decidan y tracen esta y otras decisivas tendencias. Muchos de mis poemas nacen de la paternidad y me parece, al día de hoy, una veta llena de viejas palabras por descubrir. Pero esa es otra ventana de este mirador secreto que comento en público.

Retrato de Carbonero.
Jesús García Hinchado, 2010.

lunes, 4 de octubre de 2010

Soneto

El asombro escondido

Somos tiempo y cenizas, una herida
abierta como el cielo del ocaso.
En la secreta tierra de la vida
debieras preguntar a cada paso

para buscar las fuentes del asombro.
La vida es como un túnel que se alarga
recorriendo la espera, cuanto nombro
te parece que sabe como amarga

razón y pormenor de la existencia.
Busca una vida clara. Nunca huiste
del cobijo infeliz que compadece

nuestro temor y oculta esta vivencia,
rompe tu oscuridad, solo agradece
y volverás a ser lo que no fuiste.