sábado, 27 de febrero de 2010

Panorama Exterior: el ascensor de la torre Burj

El cielo de los griegos era próximo y previsible. Escuché una vieja conferencia del arquitecto García de Paredes almacenada en la red en la que cifraba la distancia entre la tierra y el Olimpo en unos tres mil metros. La humanidad alcanza ya los ochocientos. Leo en la prensa que uno de los 57 ascensores de la desmedida torre Burj Khalifa, la más alta construída por el hombre hasta la fecha, acaba de averiarse, incidente que puede considerarse en el Emirato de Dubai como una pequeña cuestión de estado.
Como un ascensor que sube y sube sin llegar al final ha sido la vida para muchos ciudadanos ansiosos de nuestro tiempo. Ahora, lo fascinante del ascensor estropeado de la torre Burj es la asombrosa capacidad de nuestra especie para reproducir errores milenarios. En una maltrecha capital de la periferia sudamericana, sufrí  hace algunos años el terrible rigor de los ascensores rotos en otra torre desmedida en la que algún insolente gestor quiso ubicar los tribunales. Aquella cotidiana tortura acentuaba todas las viejas metáforas del servicio público de la justicia y la lentitud se hacía cada día más alta y espesa y más inalcanzable la solución de los litigios y al conocido temor ancestral del estrado se unía el temor a los ascensores agotados y la cola diaria para alcanzarlos.
El ascensor estropeado de la torre Burj es una pequeña grieta que se abre sobre la piel de este reciente  y dudoso prodigio de la arquitectura. Parece ser que ya se construyen torres más altas y próximas que superarán  holgadamente los mil metros de altura. No debemos estar muy lejos del Olimpo pero el problema, como siempre, para sentirnos como indiferentes dioses suelen ser estos ingratos ascensores que nos fallan.

domingo, 7 de febrero de 2010

Lucidez y fracaso

El editor Jerónimo Páez me envía una de sus últimas publicaciones, Lorca el último paseo (Editorial Almed) del periodista e investigador Gabriel Pozo sobre aspecto tan triste y oscuro de nuestra historia -el asesinato de Federico García Lorca ante los ojos de una ciudad callada- que no parece necesario cansar al lector resumiendo las fauces de aquella conocida tragedia. Viene al caso esta interesante y documentada referencia editorial porque descubro -en unas someras líneas y al comienzo de uno de los capítulos iniciales- un nuevo caso de hombre lúcido -el de Ernesto Vega de la Iglesia- que ocupa determinado puesto administrativo y que resulta, para desgracia suya y de todos, devorado prematuramente por el abismo de la mediocridad.
Como breve excurso, recordaré que la última aportación en esta Galería del Olvido  se la debía al historiador británico Ian Kershaw quien en el primer tomo de su monumental biografía de Adolf Hitler, recuerda el reiterado llamamiento del Fiscal Ludwig Stenglein para evitar la excarcelación y libertad provisional del líder nacional socialista, preso en la cárcel de Landsberg por el golpe de Munich de 1923, "porque podía suponerse que tomaría las cosas donde las había dejado", constituyendo su libertad "un peligro para el orden público". Quien sabe cuánto hubiera cambiado el curso de la historia de haber seguido su criterio el Tribunal Supremo de Baviera.
Volviendo a los crímenes de nuestra Guerra Civil, en esta concurrida galería de la lucidez fracasada también habría que incluir el nombre de quien fuera Gobernador Civil de Granada durante la II República, concretamente en el mes de junio de 1936, el bilbaíno Ernesto Vega de la Iglesia Manteca.
Viendo el desastre que se avecinaba, harto de provocaciones y desórdenes, advierte este honrado Gobernador hasta la desesperación del inminente alzamiento militar y de las terribles consecuencias que podría tener sobre una ciudad asustada y socialmente tan compleja como Granada. Lejos de atender a su buen juicio, el Ministro de la Gobernación -ni siquiera tuvo la deferencia de recibirlo tras pasar cuatro días esperando en Madrid- casi preguntó a los propios militares que preparaban el alzamiento y acabó por cesarlo aceptando su dimisión y ante la tirantez que la primera autoridad civil de la provincia tenía con la agitada guarnición denunciada. Paradójicamente, la República siguió confiando en sus servicios desempeñando el cargo de Gobernador Civil en Albacete. La triste peripecia vital de Vega de la Iglesia se corona con su fusilamiento en esta misma ciudad en noviembre de 1939, tras una parodia de juicio que lo condena a muerte sin apenas defensa y después de ser detenido en el puerto de Alicante, donde se concentraron hasta 15.000 republicanos que intentaban escapar hacia el exilio en una de las páginas más oscuras y tristes de nuestra contienda.
Al margen de la tragedia familiar de Ernesto Vega de la Iglesia, que bien merecería toda una novela, lo triste es que apenas si nos detenemos en  el recuerdo de su lucidez. La clave del lúcido es su  precoz incomodidad ya que, una vez se demuestra cuanta razón tenía, no sólo quedan en evidencia sus verdugos sino también sus propios correligionarios quienes, con una displicente actitud, son quienes abren de par en par las puertas al desastre.
Mucho convendría recordar su ejemplo y aprender a distinguir esas voces que saben mirar la realidad con la suficiente distancia. Con nuestro olvido, casi volvemos a cometer el mismo error de quienes no supieron entender su responsable lucidez y los condenaron al más ingrato fracaso.