sábado, 27 de febrero de 2010

Panorama Exterior: el ascensor de la torre Burj

El cielo de los griegos era próximo y previsible. Escuché una vieja conferencia del arquitecto García de Paredes almacenada en la red en la que cifraba la distancia entre la tierra y el Olimpo en unos tres mil metros. La humanidad alcanza ya los ochocientos. Leo en la prensa que uno de los 57 ascensores de la desmedida torre Burj Khalifa, la más alta construída por el hombre hasta la fecha, acaba de averiarse, incidente que puede considerarse en el Emirato de Dubai como una pequeña cuestión de estado.
Como un ascensor que sube y sube sin llegar al final ha sido la vida para muchos ciudadanos ansiosos de nuestro tiempo. Ahora, lo fascinante del ascensor estropeado de la torre Burj es la asombrosa capacidad de nuestra especie para reproducir errores milenarios. En una maltrecha capital de la periferia sudamericana, sufrí  hace algunos años el terrible rigor de los ascensores rotos en otra torre desmedida en la que algún insolente gestor quiso ubicar los tribunales. Aquella cotidiana tortura acentuaba todas las viejas metáforas del servicio público de la justicia y la lentitud se hacía cada día más alta y espesa y más inalcanzable la solución de los litigios y al conocido temor ancestral del estrado se unía el temor a los ascensores agotados y la cola diaria para alcanzarlos.
El ascensor estropeado de la torre Burj es una pequeña grieta que se abre sobre la piel de este reciente  y dudoso prodigio de la arquitectura. Parece ser que ya se construyen torres más altas y próximas que superarán  holgadamente los mil metros de altura. No debemos estar muy lejos del Olimpo pero el problema, como siempre, para sentirnos como indiferentes dioses suelen ser estos ingratos ascensores que nos fallan.