miércoles, 23 de marzo de 2011

Panorama Interior: Memorias de un europeo

Creo que la idea de Europa se vincula con la experiencia individual. La expansión de los nacionalismos, con esa terrible paradoja de la identidad disuelta sobre otra identidad hipertrofiada, fue quizá la mayor, que no la única, culpable del gran desastre europeo del siglo XX y sigue, sin que aprendamos la terrible lección de un pasado tan reciente, impidiendo el desarrollo de una nueva nación europea que sepa identificarse con el sustrato común de la libertad y el aprecio por la cultura y las leyes.
No somos conscientes de la influencia que ejerce sobre nuestra vida cotidiana el continente en el que habitamos. Quizá sea esta una influencia mayor que la de otras instancias territoriales mas pequeñas y próximas, siempre determinadas por un entorno que se impone por su propio peso. Nadie reniega de su patria continental: Es lo demasiado grande para albergar todos los sueños y rencores.
La idea más esencial de Europa, como ocurre con las grandes ciudades históricas de Andalucía, reposa en lo irremediablemente perdido. Estos días puedo al fin leer, durante mi escaso tiempo libre, la conocida autobiografía del gran escritor austríaco Stephen Zweig -El mundo de ayer. Memorias de un europeo- y disfruto con su opinión de que el  alma europea quedó desvanecida al finalizar la segunda guerra mundial. Hablamos, por tanto, de un inmenso rescoldo, de un reflejo de lo que fue el continente, de una imagen social y colectiva agitada por la intensa luz del recuerdo.
La opinión de Zweig se basa en su enriquecedora experiencia personal. El mismo la resume en las primeras páginas al señalar que la triste fortuna quiso que conociera dos contiendas mundiales y que estuviera en cada una de ellas en bandos distintos.
Sobre la presencia de un espíritu europeo tendríamos que debatir más a menudo, máxime cuando resulta tan difícil encontrar el acuerdo en materias básicas, domésticas y esenciales en las que andamos inmersos.casi para sobrevivir. Como decíamos, ser europeo es, ante todo, una magnitud personal. Si debe erigirse Europa desde sus cenizas y estas siguen sin apagarse después de setenta años, si queremos que aquel alma desvanecida despierte definitivamente de su dulce letargo, seamos conscientes de que Europa debe construirse desde la insolencia de la juventud, con la fuerza de las nuevas naciones y enfrentando el futuro con toda decisión y limpieza y no con el avaro recuento de las viejas monedas de su historia.

lunes, 14 de marzo de 2011

Panorama exterior: Música contra la desolación

Apresuradamente, leo en la red que el gran compositor Ryuichi Sakamoto (Tokio, 1952) compone un tema como homenaje a las víctimas de los últimos terremotos de Sendai. No estoy muy seguro pero, en todo caso, es algo que debiera hacer para demostrar su pasión por el mundo quien ha sabido beber en las secretas fuentes de tantos continentes. Pocos compositores han encendido como él la fibra más sensible de la emoción, con una rotundidad y acierto tan sobrecogedores que solo es el paso del tiempo quien esculpe pacientemente esta página, por su permanencia y por su brillantez, de la mejor música contemporánea.
Creo que la emoción ha salvado nuestro fin de siglo de no pocas calamidades. En otro tiempo, ese lejano tiempo de mis padres y abuelas, la demostración de las emociones contaba con cauces demasiado rígidos y hasta falsos, un panorama desalentador que vaciaba de su verdadero sentido a las palabras, es decir, las vaciaba de la verdad que atesoraban como los pardos nimbos de otoño que navegan por los cielos atesoran largas tardes de lluvia.
Mi devoción por la música, en ocasiones irregular, de Sakamoto me devuelve a los años en los que Nagisa Oshima (Kyoto, 1932) le encargara la deslumbrante banda sonora de "Feliz Navidad, Mr. Lawrence" (1983) y lo llevara a la fama y reconocimiento internacional su conocida y tantas veces versionada Forbbidem Colours. Ahora comprendo, al recordar su sorprendente partitura, que sólo la música, ni siquiera la poderosa imagen o la infeliz palabra, tienen fuerza suficiente para describir la emoción de esa desolación completa que ha generado la insolencia del mar en la delicada costa este de la isla de Honshu.
Todos los paisajes han sido varias veces desolados o, como nos indicara Eliot, todas las casas yacen bajo el mar. El problema de la desolación no es el paisaje: Es el paisaje del alma el que debe mantener los andamios de la ilusión alzados cara al futuro y esta es la compleja labor, tan memorable y difícil, la que se ha encargado al genio de Sakamoto. Estoy seguro de que no me defraudará. Siempre supo albergar bajo el mismo techo el alma del nipón y el corazón viajero que descubre su mundo desde el lejano occidente.

miércoles, 9 de marzo de 2011

Panorama exterior: Impunidad y abandono

Señalaba el precursor John Milton a la impunidad y el abandono como el verdadero azote del Estado. No lo hacía como poeta, lo hacía contestando los ataques a la efímera República Mancomunada de Inglaterra y en su condición de Ministro de Lenguas Extranjeras del controvertido Gobierno de Oliver Cromwell.
Impunidad y abandono no han perdido su vigencia en los avatares de la vida pública. y han llegado con fortaleza al debate de nuestro tiempo. Espoleado por la precariedad presupuestaria, tan extendida en situaciones de grave crisis moral y económica,  el sectarismo triunfante se extiende por el territorio como una maligna mancha de amplios rencores y venganzas. Ahora, todo el mundo parece aguardar su momento para abandonar pública e impunemente sus obligaciones y para destruir, sea o no aconsejable para la sociedad y su futuro, el noble esfuerzo de su adversario.
Ser impune es negar aquellas responsabilidades que son contraídas por el ejercicio torcido de nuestros derechos aunque nuestro diccionario la define, quizá con mayor acierto, con la rotunda sencillez de la falta de castigo. El abandono, para el jurista, comporta una huida irresponsable desde esa verdad  esencial de nuestro comportamiento que se acota como el campo de nuestros deberes más esenciales. Es obvio que el abandono forma parte frecuente de nuestra vida pública porque casi todo se sustituye y desmonta sin orden ni motivo que lo justifique. También la impunidad se ejercita cada día con un mayor afán de protagonismo y menor rubor porque se asocia, no pocas veces, con una misteriosa y oscura condición de ventaja. Se abandona hasta nuestra propia convicción como un sentir pasajero. Se defiende hasta la impunidad de quienes nos descalifican con sus acciones. Se miente con tanta intensidad que la mentira deja de tener valor para convertirse en una comprensible licencia del comentarista de la vida social. Es, en definitiva, el abandono más crítico y equivocado el de la indefensa verdad que, tantas veces, yace arrinconada en una esquina de las páginas pares de los diarios.
De la brillante frase de Milton lo más importante es su finalidad. Nadie asume en nuestro tiempo la verdadera defensa del Estado, nadie combate la impunidad y el abandono desde una inteligente posición de imparcialidad porque o no está permitido o no resulta aconsejable para el posterior cumplimiento de nuestras obligaciones. Los medios de comunicación tienen el intenso deber, no de hacerlo pero si de recordarlo cuantas veces sea necesario.