viernes, 28 de octubre de 2011

Panorama interior: Otra vez la ciudad perdida

Fotografía: Jesus García Hinchado
En Baden no hace falta salir del núcleo urbano para disfrutar del paisaje. La frase es de Stefan Zweig y corresponde al luminoso verano de 1914. Una época feliz en la que nuestro autor saltaba de uno a otro país europeo sin que apenas algún incidente -desapercibido para la mayoría- alumbrara el feroz abismo que se avecinaba con el estallido de la Gran Guerra: Un abismo del que aún, quizá, no hemos salido del todo.
Las ciudades, sean o no grandes ciudades históricas, que han sabido no esconder su paisaje, el paisaje que las circunda y abraza, el que las sostiene y les pertenece, han sido más sabias y generalmente más dichosas, aunque a veces esta virtud solo la explica la ausencia de desarrollo y la continuidad de una digna pobreza. Bien está lo que el paso del tiempo convierte en una riqueza inesperada que nos transforma -para bien- la vida y su destino. Mucho mejor saber comprenderlo a tiempo y mantener una actitud necesaria para conservar la frescura de ese fruto sostenido sobre la piedra y la memoria.
He tenido la suerte de vivir en Galicia y disfrutar cotidianos paseos por el adarve de la muralla de Lugo, un paseo milenario que permitía -hace muy pocos años- dialogar a través de la mirada con el delicioso paisaje de la campiña gallega y del tierno paso del padre Miño: un fresco mosaico cambiante que parecía alentar las pasajeras nubes para acabar de perfilarse. La ciudad de Granada, a pesar de su alocado urbanismo fruto del desarrollismo, aún sostiene, por su proverbial calidad paisajística, una riqueza mas que extraordinaria. En sus barrios históricos más apreciados, a veces, el paisaje materialmente se vuelca en el corazón de la ciudad sin contemplaciones y le otorga una certeza que nos demuestra su verdadera importancia y la sabiduría de su presencia alzada entre la naturaleza.
¿Cuánto tiempo se mantendrá esta valiosa convicción que han forjado pacientemente la convivencia y la historia?
Cada día es más difícil contemplar el paisaje desde cualquier núcleo urbano de importancia. Es un dato que nos demuestra la dimensión del fracaso que venimos sufriendo en la ordenación territorial. La escasez de los espacios de protección de lugares históricos, la especulación y la falta de alternativas residenciales que sean razonables y respetuosas con la historia, nos condenan una y otra vez a cometer los mismos errores. Cuando dejamos de ver el paisaje desde la ciudad, debemos preocuparnos por el oscuro rumbo que hemos tomado. No se trata de una simple vinculación visual, es mucho más que eso: es una manera innata de comprender aquello que nos rodea y de saber descubrir nuevas soluciones para nuevos problemas. Cerramos las ventanas para vivir en una oquedad, eso sí, en una oquedad repleta de luz y de ruidoso silencio.

lunes, 17 de octubre de 2011

Panorama exterior: Piedra y memoria

No es esta la primera vez que se erige un monumento para recordar la imponente figura del reverendo Martin Luther King. En la universidad de Uppsala se optó por cierta sencillez y por el símbolo algo manido de las dos manos que luchan, como si de un fuerte eco se tratara, por romper y desatar alguna forma de esclavitud. Otros bustos, medallones y estatuas lo recuerdan con bastante rigor y en general con poca audacia en lugares públicos de América y de todo el mundo. Pero es ahora, cuando parece afrontarse un monumento definitivo, durante el primer mandato del Presidente símbolo Obama y con la gran obra del escultor chino Lei Yixin.
Su evidente colosalismo no sorprende en una nación que ha sabido reconocer sus errores, mejor que ninguna otra, sobre la piedra tallada de la memoria. Su ubicación en Washington junto a los grandes iconos de los presidentes Lincoln o Roosevelt, nos ofrece la medida de esta penitencia social: Su asesinato engloba una buena dosis de mala conciencia, quizá la de una clase media que sostuvo hasta entonces una excesiva ambigüedad para reconocer la firmeza y justicia de casi todas sus convicciones.
La escultura ha merecido ciertas críticas interesantes que superan el ámbito puramente plástico y se enmarcan en una enriquecedora controversia social. Lo cierto es que el artista ha sido completamente fiel a sus valores figurativos y a su previsible evolución estética. Algunos sindicatos critican, por ejemplo, la explotación de trabajadores chinos para extraer la materia prima del conjunto monumental. Críticos de arte norteamericanos valoran negativamente el lenguaje gestual que transmite la estatua a la que acusan de sostener, en sus brazos cruzados, un aire excesivamente autoritario. Otros no entienden que deba ser una obra simplemente colosal que emerja desde la misma piedra con un hálito amenazador. Todo ello es, en definitiva, muy positivo y debiera promover una seria reflexión a los europeos.
El patrimonio histórico debe construírse cada día pero en Europa tenemos la sensación de no necesitar acrecentarlo, acaso de conservarlo y siempre a regañadientes, como un lastre molesto con el que tenemos pesadamente que convivir. Ya no acometemos obras que procuren transmitir un mensaje duradero porque existe una especie de complejo hacia la imitación y hacia la grandeza de la normalidad, algo que nunca tuvimos en nuestro pasado cuando cualquier jardín principesco que se preciara, tenía que diseñar algunas ruinas o templetes para emoción y alimento del espíritu contemplativo. Nuestra superioridad estética o monumental terminará por desaparecer y lo lamentaremos mucho los europeos porque contamos aún con una cierta ventaja que derrochamos en otros esfuerzos presupuestarios bastante empobrecedores e inútiles.
Europa y, por supouesto, España, debe recuperar la fe y sabiduría de sus escultores; dejarles crecer, dejarles soñar sin otra limitación que la verdad.



viernes, 7 de octubre de 2011

Poema


La crónica

Destino y elección no se contemplan.
Ahora sientes que buscan
las fieles decisiones tu reflejo.
Sé que somos volver, que no es origen
aquel que esperará toda la vida.
Un origen es contemplación, es la salada
circunstancia partida, es un mudo recuerdo
y es pasado y aquello que te aguarda ni siquiera
se ilumina en los labios con un nombre certero.
Ahora miro la ingrata
soledad otra vez de mi trabajo,
miro esos roces sucios de palabras, los pequeños
pormenores de envidia, los destellos
del temor y monedas
que ensucian la verdad y que se ocultan
sobre el orden cautivo de las cosas.
Nada resulta cierto.
Igual que ese periódico que tiras
esta limpia mañana de septiembre
en otra papelera de silencio.

domingo, 2 de octubre de 2011

Panorama exterior: La voix humaine y el teléfono

Pocos ingenios de nuestro tiempo alcanzan la fuerza dramática del teléfono. Ha sido reiteradamente utilizado por el cine que ha sabido ver, además, antes que cualquier otra manifestación artística, las posibilidades del móvil con sus reflejos azules y su certera asignación de llamadas perdidas. Algún relato memorable de Truman Capote le otorga la condición de oscuro protagonista. Recuerdo ahora los teléfonos agazapados en las habitaciones vacías de la pintura norteamericana o una de aquellas ácidas historias de Dorothy Parker, incluida en La soledad de las parejas, que fue dramatizada con tanto acierto y concentraba la desolación del siglo XX al acabar la segunda gran guerra, reflejando espesamente la ansiedad de la protagonista mientras espera junto al teléfono el incierto regreso de un victorioso soldado.
No existe imagen más desoladora de nuestro tiempo -alguien las vio en los atentados del 11 de marzo- que la bolsa negra de un cadáver mientras puede oírse al teléfono móvil casi gritando en su interior.
Hasta la música ha sucumbido al timbre agudo de su aliento para alcanzar un nivel más intenso en la narración de la historia. No lo hizo así Francis Poulenc en 1958 cuando compuso, con libreto de Jean Cocteau, la tragedia lírica en un acto para soprano La voix humaine, dejando al piano imitar su timbre en el transcurso de una música incisiva que camina casi de puntillas por el sendero de un desasosiego creciente y perturbador.
El diseñador granadino Rafa Simón ha tenido la gentileza de invitarme a su montaje de esta opera con la excelente actuación de la soprano Verónica Plata y del pianista  Héctor Eliel Márquez. El estreno ha tenido lugar en el Teatro José Tamayo de Granada y constituye un ejemplo de dignidad para mostrar cómo puede disfrutarse la cultura europea sin grandes estridencias y con el acierto de la sencillez.
La voix humaine es un pequeño icono del siglo XX. Es un falso monólogo. El espectador piensa que descubre muchas frases que el amante de la protagonista le dice al teléfono, pero es realmente algo más parecido al silencio lo que dialoga con esa mujer abrumada por una inminente separación. No bastan las apelaciones a la bondad, no basta la mentira para que deje de hilvanarse la tragedia, no hay manera de vencer una soledad compartida que discurre por los cables, por esas callejas oscuras de las que hablara un verso certero de mi admirado W. H. Auden. Los protagonistas -mujer y teléfono- mantienen una conversación fugaz como las pisadas de un ave. Y hay demasiadas presencias transitando por la delgada línea -es un teléfono rojo- que aún les une, demasiados cruces, demasiadas interrupciones y torpeza.
Anoche pudimos disfrutar del placer de la cultura sin apenas intermediarios.
Con tanta verdad y aprecio por la música y las letras, debieran toparse más a menudo aquellos dirigentes que malgastan nuestro tiempo y recursos en negarlas y que anoche, por supuesto, brillaban tenuemente por su ausencia.