lunes, 1 de julio de 2013

Ronda y la pureza de David Bomberg

Algunos meses de intenso trabajo me apartan de esta breve bitácora sin remedio. La tormenta se aleja y un breve viaje a Ronda me permite un ligero descanso para retomar con cierto optimismo el comienzo del verano andaluz. Allí encuentro cerca del delicado Hotel-Casa San Gabriel -donde me hospedan un maravilloso grupo de amigos- una sencilla lápida que recuerda la fértil estancia en la ciudad del pintor británico David Bomberg.
El recuerdo de un inquieto viajero abrumado por la belleza de un espacio determinado que descubre y que lo desborda casi de inmediato con un cierto fatalismo, es una de las más bellas maneras de narrar el paso del tiempo, una especie de bondadosa traición a cada origen que convierte al personaje en un extraño paradójico porque sus ojos aprecian mejor el valor de un lugar  visitado que quienes han vivido siempre allí pero aún no han sabido mirarlo en su plenitud. A veces es una oculta virtud difícil de advertir pero otras es lo más obvio y cercano. El caso de los pintores, que tantas veces reinciden en el mismo modelo, me resulta especialmente fascinante. La convicción del paisaje que observa y pinta crea en su obra una extraña dependencia o simbiosis. El paisaje parece que quiere convertirse en una figura humana mientras el retrato parece que quiere convertirse en un pedazo de tierra. Quizá descubre que lo mismo ocurre con la población de una ciudad tan personal y que tanto influye en el temperamento de sus habitantes.
Hijo de la emigración, Bomberg visitó Ronda mediados los años treinta pero la agitación previa a nuestra Guerra Civil lo hizo volver a Londres. Reincidió y pasó allí sus últimos años de vida a mediados de los años cincuenta, pintando entonces su famoso último autorretrato.
Nuestra literatura, quizá por poco viajada, se ha contentado con situarlos en lápidas y recónditas glorietas pero apenas ha novelado la peripecia de los descubridores foráneos de nuestro interior. Recuperar su memoria es igual que un ir y venir desde muy lejos, una excelente manera de educar los sentimientos. Ojalá que la pequeña lápida que recuerda el paso de David Bomberg por Ronda se convierta en la memoria fértil de su obra, una obra que puede no poseerse pero si reproducirse con la dignidad que requiere este exigente entorno.