lunes, 25 de julio de 2011

Panorama exterior: Otra vez Annual

Se cumplen en estos días noventa años del conocido Desastre de Annual, una inmensa tragedia que los españoles recuerdan como la pesadilla y el precio por la nulidad militar y la incompetencia administrativa. La referencia histórica siempre ha estado muy presente, como algunos valiosos recuerdos, en la pequeña mitología familiar. Mi abuelo Enrique García Salcedo fue herido y aquella herida terminó por llevarlo poco después a la tumba. Dos de sus hermanos, ambos más jóvenes que él y también oficiales de caballería, desaparecieron en el desastre y, al parecer, murieron de manera tan honrosa como especialmente cruel a manos de los despiadados rifeños.
Se ha dicho que nuestra Guerra Civil oscureció la memoria de la Guerra del Rif. No es del todo cierto: Las dimensiones de la tragedia son tan enormes que no es posible tamaña deslealtad con la historia. Lo que ocurre es que aquel sino trágico de España precisa tantas atenciones que no podemos dedicar demasiado tiempo a cada página siniestra de nuestro siglo XX. Quizá por eso solo llevemos a cabo un vistazo superficial. Nadie recuerda la creación después de la derrota de aquella efímera República del Rif que deseaba una relación de buena vecindad con España, construía escuelas, presumía ante los corresponsales de guerra de la organización de su Hacienda y hasta llegó a solicitar su ingreso en la Sociedad de Naciones. Y es que conocer la realidad del desastre no es tan fácil cuando son tantas y tan graves las responsabilidades contraídas y tan asombrosa la inutilidad del esfuerzo, a pesar de la buena gestión que finalmente pudo hacerse durante el Protectorado.
Advertido del aniversario, evitando otras aportaciones más truculentas y discutibles, he decidido volver a leer la segunda parte de La forja de un rebelde, la extraordinaria novela autobiográfica de mi paisano Arturo Barea, que lleva por título La ruta y que describe su terrible experiencia como sargento en aquel miserable conflicto. La firme visión de Barea es la de una corrupción ácida y destructiva que encuentra desde el instante mismo de su llegada y que le va anunciando la calidad del desastre que se avecina, es la visión de un espíritu digno en la mitad de un erial sin principios y sin futuro. No hay mejor homenaje para cualquier efeméride que la de buscar una mirada lúcida que nos permita recordarla sin egoístas intermediarios o traiciones. Leamos a Barea para comprender ese misterio de la extraña distancia que nos separa del Rif, tan próximo, tan lejano, casi visible en nuestra vida cotidiana sobre el abismo engañoso de El Estrecho.

viernes, 15 de julio de 2011

Un regalo de Carlos Medrano

DEL PASO DE LOS DÍAS
Para Jesús García Calderón y Leonor Hinchado
Pues ves lo que se salva de los años,
soy fiel a mí tras lo que fue segado.
Te entrego el brazo con el que no escribo
y la oquedad del mundo en su silencio.
Tuve fe en las palabras más hermosas
que con amor brotaron de mis labios.
La noche conoció constelaciones
caídas en destellos sobre el alba.
De lo que viviré no sé qué parte
será corona o resplandor de abismos,
llegada y fuente o barrizal de olvido.
Tendré lo que ahora tengo: del verano
la claridad de su sabiduría,
la mano abierta con que aparto el frío.


Carlos Medrano
Mallorca, 29.junio.2011

lunes, 11 de julio de 2011

Bruckner en La Alhambra

Cuando descubrí, de forma tardía y como tantos latinos, la música de Anton Bruckner, pensé que se trataba de una obra tan profunda como bondadosa. Parece que los datos generales de su biografía demuestran mi inclinación, aunque aparezcan episodios en su vida provinciana bastante ambiguos y vinculados con ciertas oscuras debilidades. Bruckner, llevando la contraria a la habitual precocidad de tantos grandes compositores, estudió hasta los cuarenta años en una época en la que la vida discurría por senderos repletos de inquietud, quizá porque esa misma inquietud por el fracaso lo acompañó durante toda su vida como una ingrata bendición para su creatividad. No hay en su obra un ápice de autocomplacencia.
Sus artificiales detractores, los partidarios de Brahms y enemigos de su amado maestro Wagner, quizá lo trataron como un simple maestro provinciano y como un buen organista. Pero estaban en un tremendo error. Un error, desde luego, muy beneficioso para la cultura europea. La persistencia del maestro sirvió para condensar la Viena de su tiempo y casi para anunciar el final de una era que entonces parecía inamovible. Hay en su música la nostalgia por un mundo perdido cuando se encontraba alzado sobre una engañosa plenitud.
He tenido la inmensa fortuna de acudir a los dos conciertos que ha ofrecido la Staatskapelle de Berlín dirigida por Daniel Baremboin en el 60º Festival Internacional de Música y Danza de Granada, interpretando de manera magistral en el patio del Palacio de Carlos V las tres primeras sinfonías en su versión más pura, aquella que preservó el compositor sin enmiendas apresuradas y exigidas por los directores de orquesta de su tiempo. El espectáculo ha resultado un arrebato de rigor, pasión por la vida y de cultura. Y entre tanta impostura y ambigüedad, se agradece esta exhibición de certeza que nos proporciona el mejor alimento para la razón. Quizá esto que ahora los columnistas, analistas financieros y tertulianos llaman "los mercados" debiera escuchar con atención al maestro de Linz para vislumbrar un poco de calma y de virtud.

sábado, 2 de julio de 2011

Panorama interior: Sobre la libertad de los monumentos (fragmento de un discurso académico)



…el desarrollo urbano nunca precisa destruir aquella zona de influencia de los viejos monumentos. Es un error reducir estos barrios históricos con una trama densa y mediocre que aproveche sus virtudes monumentales. El entorno monumental no debe alzarse sobre los pilares de la especulación, como si fuera tierra agrícola sembrada por un ingrato monocultivo inmobiliario.
El monumento tiene que respirar, contar a su alrededor con una esfera de protección que le permita mirar y ser mirado en el ambiente adecuado y convertir así su mera presencia en una colectiva virtud. Nuestra ciudad contiene el maravilloso ejemplo del conjunto monumental de La Alhambra que respira a través de un bosque nutrido y sabio que le niega su vieja condición de fortaleza y que debe permanecer al margen de cualquier veleidad intervencionista y probablemente inspirada en torpes intereses materiales. Pero también contiene nuestra ciudad el mal ejemplo de su Santa Iglesia Catedral Metropolitana de la Encarnación, de esa armónica montaña, en palabras del escritor y académico granadino Antonio Enrique, que no puede ser absorbida en su plenitud por la visión del ciudadano y que, al margen de otras tristes agresiones, quedó minusvalorada sobre algunas construcciones sin valor alguno que acosan su imponente factura. El continuado error urbanístico perpetrado a lo largo del siglo XX nos priva de la verdadera grandeza del monumento que solo se atisba desde algunos elevados puntos de la ciudad. 
Como ha señalado el profesor Ignacio Henares al recordar su naturaleza artística y origen, el poderoso arco de triunfo de la fachada principal podía ser admirado desde la mayor parte de los caminos que llegaban a la ciudad en la época en la que esta coincidía con el actual casco histórico y se abría a un paisaje de huertas para alcanzar a través de ellas el verde espejo de la vega…