sábado, 17 de agosto de 2013

Poema




Las aguas de Leteo

Vuela la vida, abres los ojos, mueres
y encuentras sobre el agua la mirada
de tu alma encendida que se encuentra
consigo. Los temores
no existen, ni la angustia
de perder la esperanza, son las aguas
del río las que limpian
ese pesado cerco de los días.
Ve tranquila, mi hermana más pequeña
y no temas los ojos de Caronte
que no hay lugar más limpio,
ni hay una luz más clara,
ni hay asombro mayor que el de su ocaso,
ni justicia más firme y más exacta,
ve sola y ve con todos siempre
sobre las aguas puras que se apartan
cuando cruzas el tiempo y lo derrotas.



sábado, 10 de agosto de 2013

Hacia el centenario de la Gran Guerra

Falta menos de un año para que se cumpla el primer centenario de la Gran Guerra. Su importancia no debe medirse tan solo por la terrible devastación que produjo. Son muchas sus aportaciones a nuestro actual desasosiego porque el laberinto que aún cruza Europa se construye en buena medida sobre los rescoldos de aquel infierno.
Una de las escasas virtudes de la Gran Guerra fue la extraordinaria literatura que produjo, muy superior a la que ha generado la Segunda Guerra Mundial o nuestra Guerra Civil quizá por mantener  un tono, como regla general, profundamente antimilitarista.
Varios amigos escritores me han contado apasionadamente sus lecturas relacionadas con el conflicto y yo mismo he recomendado vivamente algunos testimonios insustituibles como El miedo de Gabriel Chevallier o las famosas Tempestades de acero de Ernst Jünger. Fue precisamente la lectura de estos diarios la que me mostró la verdadera importancia y dimensión del conflicto. Sobre el fogonazo azulado de la explosión de un gigantesco obús, el joven alférez Jünger contempla acurrucado en la trinchera por primera vez en su vida un hombre con un casco de acero y entiende que ha comenzado una nueva forma de matar que adquiere dimensiones titánicas y que el ser humano no podía imaginar pocos años antes.
Al margen de los estudios históricos, de algunos homenajes o lecturas y de la justa recuperación de tantas voces prematuramente olvidadas; España debiera recordar y analizar la importancia de su neutralidad. Nuestra víctimas fueron escasas pero especialmente tristes, aquellos miles de inocentes que murieron en los ataques a la marina mercante desde 1917 por parte de los submarinos alemanes, un terrible sacrificio que solo fue compensado con la incautación de seis buques de la República de Weimar que habían quedado anclados en territorios neutrales. No solo se trata de reproducir el inútil debate entre aliadófilos y germanófilos sino de comprender porqué España adoptó verdaderamente este papel que no supo aprovechar adecuadamente al buscar el beneficio especulativo a corto plazo y esa riqueza ingrata del abastecimiento a las potencias beligerantes. Nuestra neutralidad no parece que fuera consecuencia de una determinada política exterior. España, aún humillada por el desastre del 98, hubiera acudido derrotada al campo de batalla. Quizá, la respuesta se encuentre en un hecho demoledor y es que España ya había escrito para entonces el guión de su propia auto destrucción sin necesidad de contar con ningún enemigo extranjero.