Jesus García HInchado. Antonio Carvajal en El suspiro del moro, 2011
En realidad, para no recibir un premio basta con no presentarse o bien, en aquellos casos en los que no se requiere presentación alguna, una vez desatado el rumor de la concesión o la condición o sospecha de ser un probable ganador, basta con transmitir discretamente al jurado a través de alguno de sus miembros (normalmente el amigo que nos ha propuesto y avisa) el deseo sincero de no ser el premiado. Lo demás, digan lo que digan y en la mayor parte de las ocasiones, es solo una renuncia que esconde una cierta impostura, quizá un tanto envanecida.
El maestro Antonio Carvajal -que ha sabido escribir poesía con dignidad, eficacia y tanta elegancia en los últimos cincuenta años- acaba de ganar el Premio Nacional de Poesía y algún redactor le pregunta si está pensando en rechazarlo por razones políticas o ideológicas o porque le caiga mal el ministro de turno. El responde con humildad y escapa de la polémica con bastante sigilo. Como no he conocido nunca a nadie más libre que él cualquier comentario sobra. La renuncia de Antonio Carvajal es mucho más valiosa porque es previa a la concesión de este y de cualquier otro premio que le concedan y consiste, básicamente y para no cansarles, en no adular jamás a los que mandan y defender la verdad allí donde se encuentre. Lo hace por vocación, casi porque no sabe comportarse de otro modo y lo hace además sin estridencias, normalmente pensando a quién o a quienes debería ayudar con su extraña fortuna. Ojalá tuviera en sus manos el destino de alguna entidad financiera.