viernes, 9 de noviembre de 2012

Sin estridencias

Jesus García HInchado. Antonio Carvajal en El suspiro del moro, 2011
 
Quienes rechazan un premio literario una vez que les ha sido concedido quieren ganarlo y no ganarlo al mismo tiempo. Me recuerdan, en general, a los que secretamente ambicionan ser académicos en las corporaciones históricas de la periferia (a veces las más dignas entre las españolas) para no serlo nunca porque, una vez que son elegidos, desprecian a la corporación con su indolencia no leyendo el discurso de ingreso. Acompañan su gesto muchas veces de un cierto hastío y suelen ironizar haciendo incompatible su libérrimo espíritu con la severidad del frac o el inútil rigor del protocolo.
En realidad, para no recibir un premio basta con no presentarse o bien, en aquellos casos en los que no se requiere presentación alguna, una vez desatado el rumor de la concesión o la condición o sospecha de ser un probable ganador, basta con transmitir discretamente al jurado a través de alguno de sus miembros (normalmente el amigo que nos ha propuesto y avisa) el deseo sincero de no ser el premiado. Lo demás, digan lo que digan y en la mayor parte de las ocasiones, es solo una renuncia que esconde una cierta impostura, quizá un tanto envanecida.
El maestro Antonio Carvajal -que ha sabido escribir poesía con dignidad, eficacia y tanta elegancia en los últimos cincuenta años- acaba de ganar el Premio Nacional de Poesía y algún redactor le pregunta si está pensando en rechazarlo por razones políticas o ideológicas o porque le caiga mal el ministro de turno. El responde con humildad y escapa de la polémica con bastante sigilo. Como no he conocido nunca a nadie más libre que él cualquier comentario sobra. La renuncia de Antonio Carvajal es mucho más valiosa porque es previa a la concesión de este y de cualquier otro premio que le concedan y consiste, básicamente y para no cansarles, en no adular jamás a los que mandan y defender la verdad allí donde se encuentre. Lo hace por vocación, casi porque no sabe comportarse de otro modo y lo hace además sin estridencias, normalmente pensando a quién o a quienes debería ayudar con su extraña fortuna. Ojalá tuviera en sus manos el destino de alguna entidad financiera.