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| Fotografía: Jesus García Hinchado | 
En Baden no hace falta salir del núcleo urbano para disfrutar del paisaje. La frase es de Stefan Zweig
 y corresponde al luminoso verano de 1914. Una época feliz en la que 
nuestro autor saltaba de uno a otro país europeo sin que apenas algún 
incidente -desapercibido para la mayoría- alumbrara el feroz abismo que 
se avecinaba con el estallido de la Gran Guerra: Un abismo del que aún, 
quizá, no hemos salido del todo.
Las ciudades, sean o no grandes ciudades históricas, que han sabido no esconder su paisaje, el paisaje que las circunda y abraza, el que las sostiene y les pertenece, han sido más sabias y generalmente
 más dichosas, aunque a veces esta virtud solo la explica la ausencia de
 desarrollo y la continuidad de una digna pobreza. Bien está lo que el 
paso del tiempo convierte en una riqueza inesperada que nos transforma 
-para bien- la vida y su destino. Mucho mejor saber comprenderlo a tiempo y mantener una actitud necesaria para conservar la frescura de ese fruto sostenido sobre la piedra y la memoria.
He tenido la suerte de vivir en Galicia y disfrutar cotidianos paseos por el adarve de la muralla de Lugo,
 un paseo milenario que permitía -hace muy pocos años- dialogar a través
 de la mirada con el delicioso paisaje de la campiña gallega y del 
tierno paso del padre Miño:
 un fresco mosaico cambiante que parecía alentar las pasajeras nubes 
para acabar de perfilarse. La ciudad de Granada, a pesar de su alocado 
urbanismo fruto del desarrollismo,
 aún sostiene, por su proverbial calidad paisajística, una riqueza mas 
que extraordinaria. En sus barrios históricos más apreciados, a veces, 
el paisaje materialmente se vuelca en el corazón de la ciudad sin 
contemplaciones y le otorga una certeza que nos demuestra su verdadera 
importancia y la sabiduría de su presencia alzada entre la naturaleza.
¿Cuánto tiempo se mantendrá esta valiosa convicción que han forjado pacientemente la convivencia y la historia? 
Cada
 día es más difícil contemplar el paisaje desde cualquier núcleo urbano 
de importancia. Es un dato que nos demuestra la dimensión del fracaso 
que venimos sufriendo en la ordenación territorial. La escasez de los 
espacios de protección de lugares históricos, la especulación y la falta
 de alternativas residenciales que sean razonables y respetuosas con la historia, nos condenan una y otra vez a cometer los mismos errores. Cuando dejamos de ver el paisaje desde la ciudad, debemos preocuparnos
 por el oscuro rumbo que hemos tomado. No se trata de una simple 
vinculación visual, es mucho más que eso: es una manera innata de 
comprender aquello que nos rodea y de saber descubrir nuevas soluciones 
para nuevos problemas. Cerramos las ventanas para vivir en una oquedad, 
eso sí, en una oquedad repleta de luz y de ruidoso silencio.
