Hablar de crisis es hablar del pasado y enturbiar un poco más nuestro
futuro. La escasez monetaria no es una contingencia, es una nueva
realidad consolidada que ya tiene el atributo de lo ordinario. Lo
crítico se vincula con una cierta fugacidad, con la dislocación abrupta
de una sociedad sorprendida que desemboca, si nadie lo remedia, en un
grave conflicto o en una extendida depresión ciudadana. Solo la escasa
virtud que encuentra la vida pública en la verdad, mantiene esta especie
de inútil esperanza en recuperar precisamente ese pasado que nos
condujo al pequeño abismo cotidiano de la inseguridad presupuestaria.
Olvidemos la crisis y no preguntemos cuando terminará. La crisis ya
terminó ahora vivimos la verdad. Crisis significa escasez o carestía
pero antes quiere decir mutación, un cambio histórico que abre un
extraño tablero con distintas reglas y otros jugadores más crueles y
distantes, más lacónicos y perspicaces.
Creo que quienes
gestionan los recursos públicos debieran olvidar cuanto antes la palabra
crisis y hablar claramente de la nueva realidad económica actual. Un
espacio fértil para el egoísmo de los mercados y para la venganza de la
absurda especulación reinante durante tantos años en la vida cotidiana
de las clases medias.
Mi ignorancia en materia económica no me
impide reflexionar. Los funcionarios responden a la cortedad limitando
el consumo hasta parámetros que, pocos meses atrás, resultarían
sencillamente increíbles. Se hunden las ventas de utilitarios y se
disparan las de coches de alta gama. El lujo se hace más rentable y
ostentoso que nunca. Los relojes más caros presentan tamaños desmedidos.
La ropa de marca reproduce su signos distintitivos ad nauseam.
Los perfumes exclusivos compiten por el dorado perfil de un simple
tarro. Solo podemos extraer de todo este marasmo moral una triste
conclusión: En general, son las clases medias las que soportan,
injustamente, el precio y el peso de esta nueva verdad económica y
laboral. Son ellas las que mantienen sus viejos vehículos, las que
cuentan las noches y esperan. La otra opción es aún más siniestra pues
nos conduce a la impune victoria del fraude y del dinero oscuro. Y ambas
propuestas, además, no son incompatibles sino complementarias
Ni siquiera el poderoso Mercurio aprobaría, tal vez, tanto desorden y tanto irresponsable.