jueves, 5 de enero de 2012

Panorama interior: Crisis de ayer

Hablar de crisis es hablar del pasado y enturbiar un poco más nuestro futuro. La escasez monetaria no es una contingencia, es una nueva realidad consolidada que ya tiene el atributo de lo ordinario. Lo crítico se vincula con una cierta fugacidad, con la dislocación abrupta de una sociedad sorprendida que desemboca, si nadie lo remedia, en un grave conflicto o en una extendida depresión ciudadana. Solo la escasa virtud que encuentra la vida pública en la verdad, mantiene esta especie de inútil esperanza en recuperar precisamente ese pasado que nos condujo al pequeño abismo cotidiano de la inseguridad presupuestaria. Olvidemos la crisis y no preguntemos cuando terminará. La crisis ya terminó ahora vivimos la verdad. Crisis significa escasez o carestía pero antes quiere decir mutación, un cambio histórico que abre un extraño tablero con distintas reglas y otros jugadores más crueles y distantes, más lacónicos y perspicaces.
Creo que quienes gestionan los recursos públicos debieran olvidar cuanto antes la palabra crisis y hablar claramente de la nueva realidad económica actual. Un espacio fértil para el egoísmo de los mercados y para la venganza de la absurda especulación reinante durante tantos años en la vida cotidiana de las clases medias.
Mi ignorancia en materia económica no me impide reflexionar. Los funcionarios responden a la cortedad limitando el consumo hasta parámetros que, pocos meses atrás, resultarían sencillamente increíbles. Se hunden las ventas de utilitarios y se disparan las de coches de alta gama. El lujo se hace más rentable y ostentoso que nunca. Los relojes más caros presentan tamaños desmedidos. La ropa de marca reproduce su signos distintitivos ad nauseam. Los perfumes exclusivos compiten por el dorado perfil de un simple tarro. Solo podemos extraer de todo este marasmo moral una triste conclusión: En general, son las clases medias las que soportan, injustamente, el precio y el peso de esta nueva verdad económica y laboral. Son ellas las que mantienen sus viejos vehículos, las que cuentan las noches y esperan. La otra opción es aún más siniestra pues nos conduce a la impune victoria del fraude y del dinero oscuro. Y ambas propuestas, además, no son incompatibles sino complementarias
Ni siquiera el poderoso Mercurio aprobaría, tal vez, tanto desorden y tanto irresponsable.