lunes, 1 de agosto de 2011

Panorama interior: El lugar del dinero

La conocida frase no hay dinero se ha convertido en un latiguillo que justifica cualquier carencia en los servicios públicos básicos. Pero la cuestión, como siempre, radica en preguntar varias veces porqué. Cuantas más veces se hace la pregunta, mayor es la inquietud que nos genera la respuesta si se trata, claro está, de una respuesta honesta y sincera.
La bellísima, por su sencillez y antigüedad Puerta Monaita de la vieja alcazaba del Albaicín, en Granada, ha sido pintarrajeada y humillada hasta la exhasperación con actos de lento exhibicionismo gráfico y con una total impunidad. Debería rehabilitarse urgentemente porque cada día que observamos un monumento de esta envergadura mancillado sufre una pequeña humillación esta ciudad y quienes han luchado por ella a lo largo de su larga su historia. Cada visitante, cada viajero que la contemple en este lamentable estado es una resta de nuestro prestigio, una fórmula de propagación de nuestra insensibilidad, de nuestro desorden presupuestario y administrativo, de nuestra falta de cuidado, de la traición al compromiso con una herencia monumental que no solo nos pertenece a nosotros.
Vivimos momentos de confusión proclives al desengaño y la hipérbole. Los actos vandálicos o el gamberrismo viven años de una práctica impunidad. Hay vandalismo verbal en las tertulias, en las nuevas informaciones de la vida social, un flamante vandalismo financiero y una escalada de vandálico instinto tribal en las atormentadas metrópolis de nuestro tiempo. La falta de presupuesto es consecuencia de esta y otras irresponsabilidades porque el dinero que nos falta solo cambia de lugar, solo se atesora o exhibe impunemente en otro espacio recóndito y escorado.
Ahora, en algunas ciudades descuidadas, nuestros monumentos tiritan de suciedad y abandono. Alguien dirá que nos falta el presupuesto pero ese dinero que nos conduce hasta la insatisfacción estará en la nómina inflada de algún asesor inoperante, en alguna factura de inútil propaganda institucional o, acaso, en ese abultado seis por ciento de rentabilidad que paga -al día de hoy- nuestra maltrecha deuda soberana para solaz de oscuros especuladores sin principios.