viernes, 16 de julio de 2010

Panorama exterior: El barro protector de Manhattan

El hallazgo de un barco de la segunda mitad del siglo XVIII en la zona cero de Nueva York -¿un ballenero, un mercante?- produce una íntima satisfacción a los amantes de la libertad y de la historia. Un pecio siempre sorprende pero este, hundido hasta nueve metros en el barro protector de Manhattan, se erige como un hallazgo que parece ofrecer el más sabio tributo para vencer la descabellada tragedia de las torres gemelas. Resulta ciertamente sorprendente que el ambicioso edificio del World Trade Center proyectado por el arquitecto Minoru Yamasaki (aún nos queda su Torre Picasso en Madrid que quiso volar la banda ETA en 1999) haya sucumbido a la barbarie y este navío de unos diez metros de eslora (quizá mayor, según aventuran los arqueólogos) aparezca ante nosotros para recordar las raíces más puras de Norteamérica.
El hallazgo no puede ser más afortunado. El mar, la audacia de las grandes urbes abastecidas por pioneros de todo el mundo, el dominio de un dios tan pardo y huraño, paciente hasta cierto punto como el río Hudson, la confusa mezcla de territorios y ambiciones, el incipiente poder de la industria y el comercio o el intenso recuerdo de Europa se integran en esa caudalosa "fuente de información" dormida sobre el limo.
Algunas legislaciones europeas, como la española, establecen la protección de los bienes arqueológicos como un imperativo constitucional, como un principio inspirador de nuestra vida social y económica que debe movilizar sin ambigüedad el resto del ordenamiento jurídico He tenido oportunidad de señalar muchas veces que la defensa legal de la arqueología comporta la mayor fuerza que permite dispensar el derecho porque puede provocar -incluso- la modificación física de un entorno planificado por generaciones. Todo sabemos que es casi imposible que este barco sin nombre pueda enfrentar el oleaje de la especulación más feroz y de la contrariedad política. Pero no debería ser así. Cualquier proyecto urbanístico debiera tener la valentía de mostrarlo frente al mundo como ejemplo de los mejores valores que han forjado esa ciudad esencial de nuestro tiempo.