lunes, 19 de julio de 2010

Panorama exterior: Otra vez El Estrecho

Para comprender la verdadera importancia de El Estrecho conviene cruzarlo muchas veces pero no con demasiada frecuencia. Lo sorprendente es comprobar cuantas ciudades escondidas vierten su alma sobre las dos riberas y, en especial, esa condición de la ciudad huérfana de Tánger como lugar cercano que -sin embargo- siempre parece estar muy lejos de España. La proximidad es una condición engañosa en El Estrecho. De hecho, en buena medida, es la aparente calma de sus aguas la que provoca el trágico naufragio de cientos de pateras. La  amable visión de la otra orilla como un espejo complaciente que nos llama, esconde la profundidad del abismo que aún separa la cruz de la media luna. El mar parece aquí viejo y cansado y convence al indeciso para que se aventure a cruzarlo, sólo mostrando la crueldad de sus fauces cuando resulta inevitable superar la dificultad para llegar a buen puerto. Vientos, fuertes corrientes escondidas, pequeñas islas solitarias y esquivas proclamando toda su soledad. La plenitud del tránsito tiene lugar en ese instante en el que resulta demasiado tarde para volver: Una sensación frecuente en quienes habitan este manojo de ciudades que se contemplan con tanto aprecio como desconfianza.
La lectura del famoso testimonio de Géza von Cziffra sobre la figura de Joseph Roth permite recordar con exactitud esa fascinante cualidad centroeuropea de aglutinar a pocas horas de tren tantas urbes, capitales y metrópolis. Ciertamente, no hay espacio en el mundo que pueda concentrar con tanta intensidad la importancia y el peso de unas pocas horas de viaje. Pero esta encrucijada bien podría ser otro corazón del mundo. También en El Estrecho una o dos horas de lenta travesía encienden con toda intensidad la distancia. Como esas terrazas del abrumado Hotel Continental se miran a sí mismas contemplando el paisaje.