jueves, 7 de febrero de 2013

El Mal de la Muralla (breve fragmento de un ensayo inédito)



...la disposición del centro de Lugo que rodea la irregular elipse de piedra y pizarra es rara y curiosa. No se aprovecha debidamente el espacio, se suceden las plazoletas y plazas sin mucha lógica, como si quisieran dificultarse las zonas residenciales y, quizá para mostrar con nitidez su condición de capital administrativa, se despeja un corto espacio frente a los edificios oficiales para que el ciudadano pueda sopesar los humildes pórticos o arcadas que imitan templos o palacios clásicos y así comprender su verdadera  influencia.
En Lugo hay varias situaciones sino únicas, difíciles de encontrar en otras ciudades de su tamaño. En primer lugar hay una ciudad dentro de la ciudad, un círculo esencial que se expande y abre a nuevas dimensiones urbanas pero siempre relacionadas con el molde originario. Otros lugares sostienen barrios que han sido señalados por la costumbre popular como ciudades o espacios singulares e independientes por razones muy variadas. Es el caso del barrio de Triana en Sevilla, del Trastévere en Roma o del barrio del Albaicín en Granada, espacios inicialmente diferenciados a consecuencia de la separación que marca el caudal generoso del Guadalquivir o del Tíber o el perfil montañoso que buscaban los halconeros nazaríes para levantar su propio arrabal. Pero estas condiciones que explican la diferencia no tienen lugar en el caso de Lugo. Toda la ciudad extendida extramuros se vuelca hacia el interior o aledaños de la muralla, piensa en los lugares céntricos que abandona como su referencia esencial y se extiende como una sucesión de círculos concéntricos impulsados desde el interior.
No es necesario vivir intramuros para sufrir el mal. Lo importante es acoger el adarve como un mecanismo habitual de reflexión y ordenar nuestra vida dando vueltas sobre él de manera real o figurada en ciclos que podrían ser irregulares. Hay quienes dicen que no solo se mueve el paseante, que también gira la muralla con una cadencia imperceptible que impulsa el sentido de nuestros pasos. Esta disposición de quienes utilizan el adarve para la reflexión otorga a quienes la descubren una especial agudeza y comprensión del entorno y les infunde una forma paradójica de confianza basada en la lucidez. Miran el exterior desde dentro y vuelven una y otra vez a encontrarse con su propio destino, comprenden la limitación de la vida y entienden la importancia de la libertad. Afrontan, en definitiva y como nos dice la intuición del poeta, la vida de otro modo...