miércoles, 12 de diciembre de 2012

Ciudadela y la muralla invisible

La visita a Ciutadella de Menorca es breve pero muy intensa. La hospitalaria Sociedad Histórico Arqueológica Marti i Bella me permite implicarme suavemente en las coordenadas básicas de la ciudad y comprender algunas claves que esconde su delicada traza de capital histórica insular, plenamente consciente de la necesidad de conocer y respetar su extraordinario Patrimonio y el asombro de un tesoro arqueológico muy difícil de igualar.
A pesar de la fugacidad de mi estancia, comprendo que la virtud del lugar radica en una sabia sencillez como forma de vida, en una perspectiva práctica que abunda en la tranquilidad como un estado permanente de ánimo que procura trasladarse a los demás y en sostener un diálogo callado y enriquecedor que nunca olvide la importancia del entorno de esta reconocida Reserva de la Biosfera. Quizá solo se trate, en definitiva, de aprovechar con inteligencia un cierto aislamiento que combaten solo con relativa eficacia las líneas aéreas de bajo coste.
En mis conversaciones insulares, aparte del interés por su historia abrumada por el gran saqueo turco y una escéptica visión territorial nacida con la serie de protectorados que inicia el anguloso Tratado de Utrech, me interesa una perceptible sensación amurallada de los habitantes de la ciudad. Aunque desaparecida, la vieja muralla -tantas veces inútil- sigue impresa en la memoria vital de aquel espacio milenario. Se tiene la constante certidumbre de que una muralla invisible, coincidente con su antiguo trazado y con las calles tranquilas que circundan su casco histórico, se alza cada noche de manera que la exactitud del recinto, previsible como un cambio de guardia, aún protege a sus habitantes de todo aquello que acecha sobre las aguas palpitantes del Mediterráneo, como una especie de sortilegio.
Hay una cierta calidad de los pueblos ibéricos para ver en todo lo que ya no está, como nos advirtió Fernando Pessoa. Aquí, la muralla desaparecida se ha convertido en una imponente muralla interior, sentida en la inquietud que nace en cada uno como una forma de alerta silenciosa conjugada con vientos frecuentes y otras asperezas pasajeras de un clima reparador. Menorca, ocupa un espacio vital para la historia europea que la hace propicia a los ataques crueles y desmedidos. Y al final, la muralla invisible nos advierte de nuestro propio temor, de aquello que nos consume sin remedio, sea cuál sea el firme devenir del tiempo que nos toca vivir. Hasta el rito circular de los honderos baleares, antes de arrojar sus terribles cantos rodados, parece aquí la búsqueda de otro círculo mágico que los envuelva para protegerse del peligro.