Encuentro en la red esta fotografía en la que se ve a
mi padre, Antonio García Orio-Zabala, entrevistando al gran torero
Carlos Arruza en una cafetería de Badajoz, probablemente a mediados de
los años cuarenta. El Ciclón, sobrino de León Felipe al que se
dice que llevaba de viaje por todo Méjico en el coche de su cuadrilla,
había vuelto a España en 1944 en base al famoso Convenio Taurino Bilateral. Debutó en Las Ventas un
18 de julio en una corrida presidida por el General Franco y aquello le
distanció del brillante exilio español que tanta influencia (y tan
beneficiosa) ejercía en su país natal tras la generosa acogida del
presidente Lázaro Cardenas.
Esta fotografía me la enseñó hace mucho tiempo mi buen amigo Antonio Galván, el pintor. La tenía porque su padre aparece detrás con corbata y un traje cruzado. Ni conozco a su autor ni conozco a los otros tres personajes que parecen tener, cada uno de ellos, distintas y poderosas razones para encontrarse allí. Mi padre -en aquellos años- colaboraba en el diario Hoy, pero también en algunas publicaciones de la época de larga tradición taurina como Dígame o la revista sevillana Oiga. No sé si coincidirán en el tiempo, pero la imagen cuadra con todo aquel mundo de semanarios gráficos de actualidad que marcaban el ocio de los españoles.
En cualquier caso la imagen es un tanto extraña y entrañable. Transmite una sensación pasajera y esa curiosa intimidad que nos brinda la butaca de un tren de largo recorrido. Al verla, uno desea recuperar la visión de todo el Café y comprobar quienes estaban alrededor de la mesa mirando la conversación, quizá unos pocos, quizá una pequeña muchedumbre ociosa. Consigue trasladarnos una forma de confianza, el ambiente de un espacio perdido pero que a todos nos resulta familiar. Faltan más de veinte años para que Arruza muera en la carretera de Toluca, pero ya hay algo en su porte que delata una vida aventurera y compleja y hasta cierto signo trágico merodeando a su alrededor. Mi padre anota pero da la sensación de que duda y hubiera deseado escribir algo distinto y quiza mejor que su respuesta ...
Esta fotografía me la enseñó hace mucho tiempo mi buen amigo Antonio Galván, el pintor. La tenía porque su padre aparece detrás con corbata y un traje cruzado. Ni conozco a su autor ni conozco a los otros tres personajes que parecen tener, cada uno de ellos, distintas y poderosas razones para encontrarse allí. Mi padre -en aquellos años- colaboraba en el diario Hoy, pero también en algunas publicaciones de la época de larga tradición taurina como Dígame o la revista sevillana Oiga. No sé si coincidirán en el tiempo, pero la imagen cuadra con todo aquel mundo de semanarios gráficos de actualidad que marcaban el ocio de los españoles.
En cualquier caso la imagen es un tanto extraña y entrañable. Transmite una sensación pasajera y esa curiosa intimidad que nos brinda la butaca de un tren de largo recorrido. Al verla, uno desea recuperar la visión de todo el Café y comprobar quienes estaban alrededor de la mesa mirando la conversación, quizá unos pocos, quizá una pequeña muchedumbre ociosa. Consigue trasladarnos una forma de confianza, el ambiente de un espacio perdido pero que a todos nos resulta familiar. Faltan más de veinte años para que Arruza muera en la carretera de Toluca, pero ya hay algo en su porte que delata una vida aventurera y compleja y hasta cierto signo trágico merodeando a su alrededor. Mi padre anota pero da la sensación de que duda y hubiera deseado escribir algo distinto y quiza mejor que su respuesta ...