lunes, 21 de febrero de 2011

Panorama exterior: "Retórica de la Destrucción"

Aunque parezca mentira la retórica victimista está definida en las enciclopedias. Tiene lugar con tanta frecuencia que casi hemos olvidado su definición: Hablamos de aquella técnica demagógica que descalifica e insulta gravemente al atacante en vez de refutar sus afirmaciones. Son tantos y tan espesos los ejemplos que podría señalar en la realidad española más próxima, que prefiero acudir directamente hasta el diván de la melancolía.
Insultar es ofender y provocar en otros una profunda irritación, atacarlos a través de la palabra o el gesto. Calumniar es otra cosa mucho más grave. Desde una perspectiva jurídica, sin duda la más condenable, es imputar falsamente a otro con plena conciencia de su falsedad la comisión de un delito o, en todo caso, desde una perspectiva moral, la divulgación falsa y maliciosa de una acción deshonrosa. La vida pública, desde la antigüedad, ha comprendido la necesidad de acoger el insulto como un mal necesario para generalizar de manera suficiente el debate social. Nada debe sorprendernos cuando escuchamos una larga batería de insultos en el Parlamento de cualquier nación civilizada. El problema radica en descomponer las referencias. Habitualmente, ahora no escuchamos insultos porque el grado de la descalificación se desliza siempre hacia el terreno de la responsabilidad personal o de una especie de responsabilidad personal de signo colectivo o, mejor dicho, de signo nebuloso e indefinido.
Siempre ha tenido la España meridional la oscura e inapropiada tendencia, cuando menos el género masculino, de utilizar los insultos como una manifestación intensa del afecto más personal. Quizá por ello no seamos conscientes de las calumnias que se vierten a diario con toda impunidad como si fueran simplemente insultos y sin que apenas generen muestras sinceras de indignación o rechazo. Todo ello arrincona la imparcialidad, que parece una magnitud imposible en una sociedad que la necesita, como siempre, ahora mas que nunca.
Es posible insultar sin ofender: Acusar a un responsable administrativo de una mala gestión, de un desinterés inaceptable, de cometer errores pueriles a consecuencia del orgullo o de la vanidad es totalmente lícito. Y hasta ético. No es posible, sin embargo, calumniar sin ofender y, más aún, cuando se calumnia un colectivo al que se acusa de incumplir sus más elementales obligaciones desconociendo por completo su organización interna y los mecanismos de control que le asisten para desarrollar funciones públicas en una sociedad democrática. A veces, no es posible calumniar sin ofender a un sistema indefenso que se debilita y cuestiona abriendo caminos de trazo torpe y tortuoso.
Hablar de una solución penal no es sencillo. Un problema tan generalizado no siempre puede resolverse en el banquillo de los acusados o a través de una lenta demanda civil. Las enciclopedias deben ampliarse y tener en cuenta que cuando la Retórica del Victimismo no tiene bastante con el insulto y necesita la ayuda, siempre traicionera e incierta, de la calumnia, se convierte en una práctica irresponsable a la que debiéramos dar el nombre de Retórica de la Destrucción.