jueves, 27 de enero de 2011

Hombres para la libertad: David Martínez Madero

En esta misma bitácora daba cuenta de mi intervención, el pasado noviembre, en unas jornadas organizadas por la Cátedra Fernando de los Ríos de la Universidad de Granada bajo el título Perfiles de la corrupción de la vida pública. Tuve la oportunidad de saludar entonces, también invitado como ponente, a mi admirado compañero David Martínez Madero (1962-2011) que ejercía funciones como Director de la Oficina Anti Fraude de la Generalitat de Cataluña. El encuentro, aunque breve, me resultó especialmente grato. Mi intervención estaba referida a los espinosos aspectos jurisdiccionales del problema y, lógicamente, tuve que referirme a la generosa labor que ha venido realizando durante los últimos veinte años en España la Fiscalía Anti Corrupción, en la que David trabajo durante mucho tiempo demostrando una sólida formación y un admirable compromiso personal con la defensa de los más elevados valores constitucionales.
Con su habitual cordialidad, se me acercó al final de mi intervención y tuvo la gentileza de agradecerme las alusiones que había hecho, sin nombrarlo, a su esfuerzo y al de otros compañeros comprometidos con el descubrimiento de la verdad. Comprendí entonces, por el tono sincero de su voz, en qué pocas ocasiones alguien o algo le había dado las gracias por esa ingrata y decisiva labor que desarrolló durante muchos años a lo largo de su vida profesional.
La lucha contra la corrupción debe ser delicada y discreta. Quienes lo niegan con sus acciones o con sus palabras no hacen mas que entorpecer el curso de un camino que ya resulta extremadamente difícil de recorrer. Su discreta presencia en tantos grandes procesos era la de aquel que sabe distinguir con lucidez lo esencial de su papel y avanza más deprisa que los demás.
David Martínez Madero no necesitaba, muy probablemente, que nadie le reconociera la importancia de su labor. Pero tampoco necesitaba que nadie, desde una deplorable ambigüedad, dejara caer sobre su esfuerzo la sospecha maliciosa, tantas veces, de la parcialidad. Ha muerto, según nos indica la prensa, en un aeropuerto grande y relativamente alejado, volviendo a casa desde más lejos tras un largo viaje. Ahora, quizá siempre, las grandes terminales aéreas tienen un aire de templo desmedido y civil. Algo debe significar este triste e injusto final. En realidad, quienes luchan fielmente contra la corrupción emprenden un inhóspito y peligroso viaje hacia el interior de sí mismos. Y encuentran, como estoy convencido que le habrá ocurrido a él, nada menos que la libertad.