viernes, 20 de abril de 2012

Panorama exterior: Encuentro del fracaso

No hay grupo más fructífero que el de una generación perdida. Se atribuye la fórmula Generación Perdida a Gertrude Stein para referirse a los escritores norteamericanos que vivían en aquel fértil París de las vanguardias. Con el epíteto buscaba concentrar esa gigantesca desilusión que les entregó la guerra y los condujo hasta el extrañamiento y el abandono de su patria. Pero todos volvieron y escribieron febrilmente sobre ella, sobre sus virtudes, sus abismos y sus contradicciones. Ojalá tuviera Europa, para sanear las conciencias, para entenderse y para disfrute de la buena literatura, una generación perdida cada cuarenta o cincuenta años.
Las generaciones perdidas son árboles de raíces voraces que exhalan deliciosos y apasionados frutos del pensamiento humano, que alumbran nuevos caminos y trazan un futuro siempre prometedor tras la dosis suficiente de dolor. Nadie se conoce hasta que ha sufrido nos decía Alfred de Musset y es verdad que solo aquella sociedad que sufre los rigores de la incompetencia y el fracaso aprende a conocerse desde los ojos lúcidos de sus escritores y artistas.
Esta generación abrumada por la precariedad laboral no es una generación perdida. Nada de eso. Sus frutos puede que sean amargos pero serán valiosos y determinarán, como ha ocurrido con cualquier herencia generacional, los perfiles de nuestro futuro. Es una dimensión distinta la que sufre esta generación forzosamente desocupada porque ni hemos perdido sus capacidades (a veces se aprovecha en el extranjero) ni está extraviada en el laberinto de la imagen y el consumo. Simplemente se trata de una generación que ha sido engañada, que ha vivido el señuelo de las nuevas tecnologías desde la infancia sin tener conciencia ni enseñanza de su valor, que ha sabido imponer su lucidez y gritar cuando han querido manipularla y someterla a condiciones sociales impropias del desarrollo que les rodea.
El maltrato económico no es consecuencia de la pobreza sino de la avaricia y la impunidad de una especulación salvaje. La generación realmente perdida es aquella que tarda en generar, la que dejará, en mayor o menor medida, de nacer por nuestro egoísmo, la que les impide vivir plenamente su juventud y envejecer y les obliga a transistar por hogares marchitos. Los jóvenes perdidos suelen quedar suspendidos en una especie de anciana adolescencia interminable. Pero estos jóvenes que nos rodean no están en absoluto perdidos: Somos nosotros quienes perdimos el pulso de la realidad. Ellos solo lamentan nuestra falta de apoyo, nuestra irresponsabilidad y nuestra desconfianza.