domingo, 19 de junio de 2011

Panorama Interior: El derecho a comprender

Tengo la pequeña satisfacción de organizar un curso para el próximo septiembre sobre la modernización del lenguaje jurídico y afronto con ilusión la tarea de escribir algunas consideraciones sobre un nuevo derecho a comprender. Las cosas sencillas que hallamos en el curso de cualquier debate científico como un grave problema, siempre evidencian profundos errores anclados con el paso del tiempo en nuestro viejo código social. Si la solución es sencilla mayor es el problema. Si todo el mundo ofrece de manera espontánea la misma o aproximada respuesta, el problema es muy difícil de resolver porque el error que hemos sido capaces de construir afecta probablemente a muchas generaciones y es de proporciones casi descabelladas.
Las razones de la oscuridad del lenguaje jurídico son egoístas y materiales. Solo la búsqueda de un beneficio cómodo y discreto o de una cierta superioridad burocrática justifican esa tradicional incomprensión de los documentos jurídicos. Se enrevesa aquello que necesitamos ineludiblemente y se configura un complejo sistema de intermediaciones a las que se dota y adorna de un generoso contenido económico.
A lo largo de mi vida profesional he tenido que escribir miles de páginas que no me reportarán satisfacción estética alguna, acaso la tristeza que siempre produce explicar la comisión de ilícitos o la injusta persecución de cualquier persona. He aprendido hace tiempo que los mejores y más honestos juristas son aquellos que presentan mayor claridad en la elaboración de sus informes, de sus textos y notas, aquellos a los que no cuesta trabajo comprender sea cual sea el problema que aborden o incluso los intereses, más o menos legítimos, que defiendan.
Ahora veo que la necesidad de clarificar nuestro lenguaje jurídico resulta más urgente ante la situación de crisis económica que afecta, de manera especialmente severa, a los jóvenes, a los jubilados y a las familias de los desempleados. Y es que ahora toda la piel social tiene una intensa sensibilidad y es preciso meditar cada actuación pública, medir cada pulso, calibrar cada comentario o noticia que se difunda para no ofender a quienes viven situaciones de permanente angustia y desilusión.
Solo hablando claro podremos transmitir suficiente confianza.
Aún no comprendemos, por ejemplo, que la importancia que pueda tener esta crisis económica está por llegar y no será la variante monetaria o financiera que la sostienen y que, con su cruel terquedad, se niegan a una transformación que resulta indispensable. Lo importante de la crisis es su traducción al ámbito próximo de la política y esa incertidumbre por conocer el sabor de aquellos frutos que germinan desde las hondas raíces del desencanto. Como el oscuro lenguaje jurídico, esta situación parece olvidar las soluciones más sencillas y eficaces. Nadie reclama ya una conjura para recuperar aquellos valores morales que un día nos hicieron prósperos y eficaces, valores que nos vinculan con la lengua y la tierra, con el afán de construir un entorno más justo a nuestro alrededor. Quizá el primer valor que precisemos sea el de la claridad. Siempre la claridad viene del cielo. Claro que tenía razón el poeta pero esa claridad suele venir filtrada por unas manos limpias que todos recordamos en la infancia y que guardaban, quizá, la firme solución entre sus dedos.