Quienes me conocen, saben cuanto admiro a esta venerable Corporación y comprenderán la dificultad que supone para un jurista como yo, sin ninguna formación científica, abordar una materia tan compleja como la de hacer algunos breves comentarios sobre la llamada Teoría de la Singularidad Tecnológicadesarrollada, entre otros, por el gran inventor y futurista Raymond Kurzweil, fundador y actual director de la famosa Universidad de la Singularidad. Esta larga serie de invenciones, principios o enunciados se vinculan, además, con la Ley de Rendimientos Acelerados que viene marcando decisivamente nuestro presente en una nueva era que definió, en uno de sus libros más controvertidos, como la Era de las Máquinas Espirituales.
Sobre la intimidad vencida
Me permitirán que antes de entrar en tan apasionante asunto, les refiera una breve experiencia personal. Hace ya muchos años, cuando apenas conocíamos el teléfono móvil y se descubría por los científicos un extraño agujero en la capa de ozono, escuché por primera vez el término internauta. Me habían invitado a un breve Seminario en un Colegio Mayor de Sevilla sobre los riesgos del cruce y tratamiento automatizado de datos y compartí algunas horas con un grupo de jóvenes profesores que, tras ampliar sus estudios en los Estados Unidos, nos comentaban que nuestra vida cotidiana iba entrando en una nueva etapa gobernada por el desarrollo de la informática. Ya entonces pensé que esta sería una etapa tan oscura como cegada por la intensa luz de un inmenso quirófano social, un tiempo paradójico e impersonal, imbuido de las enormes posibilidades que comenzaban a ofrecernos las nuevas tecnologías para el almacenamiento masivo de información y para el desarrollo desmedido de un ocio secreto y solitario pero que podía confundir la realidad con una apariencia tan primaria y limitada como la que nos ofrece cada mañana la luminosa cortina de nuestra pantalla de ordenador.
En aquellos días leía la novela de Paul Bowles El cielo protector donde nos recuerda, entre otros muchos hallazgos, el miedo ancestral del hombre hacia el abismo estelar. Un compatriota contemporáneo, el gran poeta Wallace Stevens, ya lo había manifestado de forma muy parecida al considerar en el título de uno de sus poemas el cielo como la inmensa lápida de una tumba inabarcable. El complejo protagonista de la novela de Bowles, un compositor a la deriva por el desierto marroquí en los años de la posguerra, lo planteaba de un modo quizá más personal y mucho más dramático o atormentado. Tras un triste encuentro amoroso con su esposa sobre una agreste colina, el narrador aborda lo que podríamos considerar el corazón del relato al confesar a su pareja que el cielo que los cubría parecía sólido y que solo servía para protegerlos de la oscuridad exterior, de un caos sobrenatural e incompatible con la condición humana. Esta percepción no hace más que acentuarse en nuestro tiempo porque ahora esta realidad radical y desoladora se constata de manera más eficaz ya que los crecientes avances de la astronomía nos enseñan el espacio exterior en imágenes de alta resolución que aproximan su rotundo misterio a la fibra más sensible de nuestro espíritu. Nos encontramos ante una situación pasmosa porque cada día conocemos mejor las dimensiones y riesgos del universo, pero aún seguimos sin descubrir su finalidad. Por si fuera poco, el investigador de nuestro tiempo no solo incrementa la angustia mostrándonos las dimensiones del cosmos. Ha descubierto otro abismo interior y también acechante, una especie de silencioso enjambre doméstico pero monstruoso, otro pequeño universo incomprensible del que solo nos protege, como si fuera otro cielo diminuto, la pantalla sólida del ordenador.
Esta nueva implosión sentimental no hace más que propagarse superando una vieja tecnología cuando la famosa y optimista Teoría de la Singularidad diseñada por Raymond Kurzweil anuncia la completa superación del mundo binario por un almacenamiento cúbico de información casi infinito que podrá, tras introducirse en nuestro cerebro, ser transmitido telepáticamente sin necesidad de articular lenguaje alguno. Llegan a decir sus seguidores que la lengua será un rudimentario instrumento de transmisión que irá perdiendo valor o que la humanidad podrá fusionarse con máquinas espirituales y tendrá lugar un cambio irreversible de la vida. Ante esta formidable y nueva encrucijada, tengo la sensación de que las previsiones pueden acertar en lo tecnológico, pero pueden verse completamente desbordadas en su traducción a la vida social.
Volviendo al viejo Seminario al que asistí en Sevilla a comienzos de los noventa, uno de los temas que comentamos fue la advertencia realizada en aquellos años por el Tribunal Constitucional de la extinta República Federal Alemana (aún no había caído el Muro de Berlín) que sostenía, en una reconocida sentencia, que el ciudadano de nuestro tiempo corría el riesgo de convertirse en un hombre de cristal. El rastro informático de nuestras decisiones comerciales, de nuestros comentarios y la compra de algunos bienes o deseos, permitiría trazar con relativa facilidad una radiografía de nuestro temperamento, de nuestras inclinaciones, deberes e intereses, de todo aquello que podría identificarnos o definirnos ante los demás cuando fuera necesario o simplemente aconsejable.
Desde el albor de la informática doméstica, aquellos temores que comentábamos ahora parecen ingenuos. Quizá la gran preocupación de los primeros exégetas de internet era la convicción de que su desarrollo podía desembocar en la destrucción de algunos usos comerciales, generar pobreza e inseguridad y acarrear una pérdida completa o relativa de la intimidad más estricta. En realidad, cuando menos en lo que respecta al ámbito privado, el proceso ha sido completamente paradójico porque la temerosa previsión se ha visto completamente superada: El presente no solo desvela nuestra intimidad sino que la destruye en provecho del sistema binario que necesita alimentar continuamente sus big data. Dicho en otros términos, la intimidad ha sido destruida porque, al margen de su vinculación comercial, ha dejado de interesar y de tener valor incluso para nosotros mismos, dando paso a su continua exhibición -más o menos impúdica- sin otra finalidad que su recuento o su ordinaria presencia en los entresijos de una vida social degradada. Ahora, la temida manipulación a través de la red ha llegado mucho más lejos y no solo alumbrando la realidad de un mundo criminal sin fronteras, sino afectando a la esencia misma de nuestra convivencia cuando puede alterar o altera algo mucho más importante que una simple colección de intimidades. Nos referimos a recientes procesos electorales que se han desarrollado en naciones de acreditada trayectoria democrática y que están cambiando el presente y cambiarán el futuro más o menos inmediato, aunque todavía no sabemos con certeza en qué dirección.
La Ley de Rendimientos Acelerados
El origen de la Singularidad se encontraría vinculado, en buena medida, con la Ley de Rendimientos Acelerados formulada hace algunos años por Kurzweil. Su enunciado no resulta excesivamente complejo. Contiene principios que afectan tanto a la evolución biológica como a la tecnológica y resulta especialmente sugerente en su consideración de la importancia decisiva del orden como condición esencial para obtener determinados propósitos algo, de otra parte, que hace mucho tiempo que saben los escolares de cualquier rincón de la tierra o que descubrimos en nuestra juventud los amantes de la caligrafía.
Abriendo un breve paréntesis en este punto, conviene señalar que algunos de los enunciados científicos que se exponen por estos autores en la actualidad resultan de una sencillez arrebatadora y es precisamente el descubrimiento de esa sencillez, el que nos produce tanta sorpresa y el que les otorga un valor tan decisivo para la ciencia y para el diseño de nuestro futuro. Como nos enseñó Albert Einstein: Hazlo todo tan simple como sea posible, pero no más simple.
Para cualquier neófito en la materia, sin entrar en la crítica puramente científica de sus afirmaciones, esta ley se explica presentando una curva ascendente en la investigación tecnológica, en especial la destinada al desarrollo de la inteligencia artificial, hasta el punto de convertirse en un línea recta y ese vector va tomando velocidad de forma exponencial a medida que crece. Conforme avanza la tecnología se incrementa el orden y somos mucho más inteligentes y a medida que lo somos, crece la tecnología hasta límites impensables para el hombre actual.
Parece ser que en la evolución de los homínidos jugó un papel decisivo encontrar un nuevo punto de apoyo para el pulgar. Esta maniobra les permitió afrontar, por ejemplo, una tarea como la de tallar una herramienta, escribir o dibujar. El ser humano no tuvo que modificar sus atributos naturales solo tuvo que alterar el orden de sus capacidades. Ahora, la innovación tecnológica no es aditiva sino multiplicativa y, como el mismo Kuzweil nos señala, en el momento de la Singularidad –que tendrá lugar hacia el 2049- no habrá distinción entre humanos y tecnología. Esta fusión tendrá lugar no porque los humanos se hayan convertido en máquinas, sino más bien porque las máquinas habrán progresado hasta llegar a ser humanas y más que humanas. La tecnología casi nos permite en la actualidad y nos permitirá en unos años crear máquinas espirituales que evolucionarán por sí mismas y que operarán como una nueva posición del pulgar metafórico que propiciará un nuevo paso evolutivo de la humanidad sin precedentes.
Personalmente, la Ley de los Rendimientos Acelerados me fascina y me recuerda poderosamente a la lectura del Génesis porque guarda serias analogías con la construcción de la Torre de Babel en las llanuras de Mesopotamia. Sus constructores aspiraban alcanzar el cielo y el vector tecnológico que crecerá muy pronto de forma exponencial parece que pretende alcanzar la misma finalidad: En ambos casos palpita la misma ambición de convertir al hombre del futuro en su propio Dios. Las similitudes son tan evidentes que cualquiera, sea o no creyente, puede dudar de la estabilidad o rectitud de esta ambiciosa línea, torre o vector de manera que -de algún modo- el índice de Dios o del destino puede acabar por interponerse en su camino ascendente, dispersando de nuevo a la humanidad o haciéndola involucionar hasta los orígenes más remotos de nuestra especie.
La máquina espiritual
Al margen de lecturas sagradas, la idea de una máquina espiritual no es novedosa y ha estado presente de manera continua en la literatura universal. Toda maquina es un artificio. Una forma de superación creada por el ingenio humano mediante una negación forzada de las limitaciones que le impone la naturaleza. Máquina espiritual, por ejemplo, hubiera sido la criatura creada por la imaginación de la arrebatada Mary Shelley cuando escribe durante su estancia en Ginebra en el verano de 1816 su Frankestein o el moderno Prometeo o el gigante de arcilla que cobra vida y nos describe el austríaco Gustav Meynrik, siguiendo una vieja tradición judía, en su novela Der Golem, publicada en Viena en 1915. Muchos otros modelados o autómatas que cobran una vida propia de manera misteriosa podrían ilustrar mi afirmación: Desde la marioneta, el famoso títere o burattino, de Claudio Collodi que se convierte en Pinocho hasta la computadora rebelde HAL 9000 que nos presenta Arthur C. Clarke en el desenlace de su novela 2001 una odisea en el espacio que fue publicada en 1968. Quizá no sea tan ocioso que el propio Adán no sea mas que un muñeco modelado con tierra al que nuestro Creador decide insuflarle la vida en el Paraíso.
Como es obvio, no es Kuzweil el único o el primero que habla de máquinas espirituales. Los científicos de su generación no son mas que el brillante pináculo de una larga serie de visionarios o inventores que empezamos a comprender en la actualidad y que, al margen de antecedentes más remotos, desarrollaron sus trabajos hace sesenta o setenta años. Como ejemplo paradigmático podemos recordar a uno de los pioneros en investigar la inteligencia artificial, Marvin Minsky (1927-2016), fundador del Laboratorio de Inteligencia Artificial del Instituto Tecnológico de Massachusetts y partidario de la criogenización, quien habría publicado en 1986 Una sociedad de la mente y, años más tarde, La máquina con emociones libros en los que también proporciona argumentos para entender que algún día no muy lejano las máquinas podrían pensar libremente. Es conocida su definición, más bien descripción, de la inteligencia artificial: Es la ciencia –nos dice- de hacer que las máquinas hagan cosas que requerirían inteligencia si las hubiera hecho un humano. En 2014, durante una breve visita a Madrid para recoger un premio de investigación, nos recordaba que ya había en Texas una maquina llamada CYC que, a su juicio, tenía sentido común.
La diferencia del autómata o del implante, por sofisticado que sea, con estas nuevas máquinas espirituales radica en que para la Singularidad no son ajenas a la condición humana por cuanto poseen una identidad o un espíritu propio y, al introducirse en nuestro organismo a través de la nanotecnología, encarnarían en el, se confundirían plenamente con nuestro ser hasta el punto de que podrían, con el paso de algunas generaciones, nacer con nuestra descendencia.
La integración de la inteligencia no biológica
En nuestro mundo académico, me refiero al de las Academias de Andalucía, una voz tan autorizada como la de Antonio Campos nos demostraba hace más de veinte años que el cuerpo humano ha sido construido para el desarrollo de la libertad. Partiendo de este sabio paradigma, no debe extrañarnos su preocupación por señalar al investigador los verdaderos límites en su relación con cualquier terapia sustitutiva. Cuando hablamos de máquinas espirituales, la cuestión de los límites físicos es más que importante porque, como señaló el poeta José Antonio Muñoz Rojas, otro ilustre Académico andaluz, es sabido lo mucho que la disposición material condiciona el espíritu que alberga, lo mucho que el cuerpo conforma al alma. Desde un punto de vista médico, la creación de un híbrido mediante la implantación de máquinas o tejidos artificiales en el organismo humano, solo podrá calificarse como un acto terapéutico cuando se inserte en el contexto biológico o biográfico del individuo objeto del tratamiento y todo ello, además, conforme a una programación de conjunto que tenga en cuenta todas las estructuras del cuerpo y que permita mantener o incrementar su libertad de criterio o la capacidad para tomar decisiones.
Quizá por ello, frente al formidable debate ético que suscita, los cultivadores de la Singularidad Tecnológica no se cansan de repetir que su destino, tras la fusión del hombre con la máquina, no es la mecanización del hombre sino la humanización de la máquina. No es preciso, por tanto, que exista un paciente que sufre el rigor de alguna enfermedad, dolencia o discapacidad, ni tampoco precisamos de una actuación preventiva para evitarlas, basta con la inquietud de generar nuevos sujetos mejorados con una tecnología compatible con nuestro ser biológico.
Esta nueva virtud se encauzaría a través de una serie de treinta y ocho principios que se mezclan y explican con los avances tecnológicos que tendrán lugar a lo largo del presente siglo y permitirán que, como textualmente nos señala Kurzweil, cuando los científicos sean un millón de veces más inteligentes y operen un millón de veces más deprisa, una hora producirá un siglo de progreso en términos actuales.
De manera muy limitada, he intentado resumir los treinta y ocho principios de la Teoría de la Singularidad Tecnológica en el siguiente Decálogo:
1. La innovación tecnológica se dobla cada década. Las tecnologías de la información crecen a un ritmo aún mayor y se doblan cada año y, a medida que son más eficientes, reciben más recursos económicos. La técnica de escaneado permitirá, en los próximos veinte años, una comprensión detallada de cómo funcionan todas las regiones del cerebro humano.
2. En 2029 tendremos ordenadores que podrán emular la inteligencia humana y superar la Prueba de Turing de manera que, normalmente, cualquier interlocutor avezado no podrá distinguir entre las respuestas ofrecidas por una máquina o por una persona. Estas máquinas podrán combinar los puntos fuertes de la inteligencia artificial con los puntos fuertes de la inteligencia humana. En el primer caso, Kurzweil cita la capacidad de memorizar y recordar instantáneamente miles de millones de hechos de forma precisa. En el segundo caso, la inteligencia humana posee una gran habilidad para reconocer patrones.
3. En 2049, la inteligencia no biológica contará con la capacidad de descargar, con precisión óptima y sin cansancio, conocimientos y habilidades de otras máquinas y, eventualmente, de humanos y lo hará a una velocidad extremadamente alta comparada con la lentitud del intercambio de información a través del lenguaje. Las máquinas podrán intercambiar señales a la velocidad de la luz.
4. Las máquinas tendrán acceso, a través de internet, a todo el conocimiento de nuestra civilización y podrán realizar un fondo común de recursos, inteligencia y memorias que podrán compartir con otras máquinas uniéndose o separándose. Literalmente señala Kurzweil: Los humanos llamamos a esto enamorarse, pero nuestra capacidad biológica para ello es efímera y poco fiable.
5. La inteligencia de las máquinas tendrá absoluta libertad de diseño y de arquitectura, sin limitaciones biológicas como el tamaño del cráneo o la velocidad de activación de las conexiones neuronales. Esta capacidad permitirá el acceso a sus propios diseños o códigos fuente y la habilidad para manipularlos. Utilizando la nanotecnología sus capacidades serán mucho mayores que las de los cerebros biológicos sin incrementar su tamaño y su consumo de energía.
6. Las máquinas también se beneficiarán del uso de circuitos moleculares tridimensionales y aumentarán sus capacidades en un ciclo de retroalimentación que la inteligencia humana no podrá seguir si no es con ayuda.
7. Seremos capaces de superar las limitaciones inherentes a la biología, rediseñando todos los órganos y sistemas en nuestros cuerpos biológicos o cerebros para que sean más hábiles.
8. La nanotecnología permitirá la manipulación de la realidad física a nivel molecular. Nano robots medidos en micrones, millonésimas partes del metro, como los respirocitos, glóbulos rojos mecánicos, llevarán a cabo funciones dentro del cuerpo humano, incluida la reversión del envejecimiento y completando labores previas de ingeniería genética. Los nano robots interactuarán con las neuronas biológicas creando realidad virtual dentro del sistema nervioso. La inteligencia no biológica crecerá exponencialmente en nuestro cerebro y terminará por ser predominante, comprenderá la inteligencia emocional y tendrá cuerpos nano diseñados más duraderos que el cuerpo humano.
9. Los nano robots mejorarán el medio ambiente y los llamados foglets podrán manipular la imagen y las ondas sonoras produciendo patrones de realidad virtual. A medida que esta compita con la realidad experimentaremos de manera creciente en ambientes virtuales en los que podremos ser alguien diferente física o emocionalmente.
10. Conforme las manifestaciones de inteligencia no biológica vayan saturando, conforme a la Ley de Rendimientos Acelerados, nuestro universo próximo; nuestra civilización se extenderá por todo el cosmos. Para Kurzweil este sería, quizá en la más grave de sus afirmaciones, el destino del universo. Finalmente, cree que conseguiremos que el universo sea inteligente superando las reglas ciegas de la mecánica celeste. Esta transformación tendrá lugar a lo largo de un proceso que se producirá con mayor o menor rapidez dependiendo de que la velocidad de la luz sea o no sea un límite inmutable.
Las dimensiones abisales de estas y de otras previsiones tecnológicas, a veces próximas a la profecía religiosa, nos sitúan, sin duda alguna, en otra formulación transhumanista que marcaría el tránsito desde una veneración a Dios hasta otra veneración dirigida hacia el Hombre, hacia un nuevo Homo Deus. Este proceso o gran salto evolutivo podría reproducir aquella completa soledad que, según Gustave Flaubert, vivió nuestra especie en Occidente entre Cicerón y Marco Aurelio, cuando los dioses paganos ya no existían pero el mensaje de Cristo aún no había prendido en nuestra vida cotidiana. Un tiempo aquel sin duda muy ingrato aunque, como nos reconocería el gran novelista al juzgarlo, en ninguna otra época he observado tanta grandeza.
Para mí, el verdadero problema es que el engañoso discurrir del Homo Deuspodría terminar alcanzando la triste veneración del dato, el llamado Dataísmo que, conforme a las ideas de Yuval Noah Harari, podría marcar el destino de nuestra especie y acabar completamente con la libertad del ser humano bajo el tráfago público o comercial. Esta meta patética puede operar como una nueva condición absurda que, en realidad, no haga mas que sucumbir ante otra forma de animalidad buscada de propósito por el hombre, una decisión extraída del desarrollo desmedido de una inteligencia no biológica que desconoce realmente el lugar hacia el que se dirige.
La crítica del llamado “Humanismo Fundamentalista”
El propio Kurzweil y los seguidores de la Teoría de la Singularidad no tienen reparo alguno en calificar a uno de los sectores críticos que se alzan contra sus ideas como Humanismo Fundamentalista. Lo cierto es que ambos términos me parecen incompatibles si por fundamentalismo entendemos la aplicación intransigente o fanática de cualquier doctrina y concebimos al humanismo, en términos generales y al margen de sus distintas acepciones, como aquella suma de conocimientos o ideas que sitúan a la humanidad como centro de reflexión y como destino de nuestro esfuerzo intelectual. Creo que el humanismo, por definición, tiene que ponderar la relación del hombre con el avance tecnológico y no puede ser rígido en sus planteamientos. También creo que su obligación es criticar esta idea de la Singularidad pero sin dejar de creer en sus afirmaciones y reconocer su importancia, planteando una sucesión de dilemas que evidencien todos los riesgos que conlleva para que puedan hacerse a tiempo las correcciones necesarias.
De manera extraordinariamente resumida, para concretar este análisis crítico, cabría exponer el siguiente Decálogo Alternativo y meramente enumerativo que no agota, ni mucho menos, mis preocupaciones ante la Singularidad Tecnológica:
1. La información veraz en aspectos esenciales de la vida civilizada no puede transmitirse artificialmente sin riesgos. Todos los valores, para ser comprendidos correctamente, precisan del conocimiento de su anti valor y de la exposición abundante de sus razones. La disparidad ideológica o religiosa comporta necesariamente la obligación de informar con parcialidad sobre posiciones hostiles de enfrentamiento que pueden confundir a la inteligencia artificial según el orden en el que se suministre la información que debe memorizar. Lo importante no es entregar a la máquina toda la información, sino encontrar la forma de que la máquina pudiera obtenerla por sí misma con un logos inicial que desencadenaría el proceso de su espiritualización, aunque lo hiciera con una velocidad creciente y vertiginosa. De otra parte, si la inteligencia biológica puede manipular o ser manipulada, la inteligencia artificial podrá manipular o ser manipulada de forma mucho más eficaz y duradera y en un sentido exponencial.
2. La Singularidad olvida el alma y sus posibles reacciones ante el desarrollo exponencial de la tecnología. Para los creyentes el alma es inmortal y su existencia está fuera de toda duda. Cuando menos, hay que admitir esta opción y preguntarse si el alma pudiera ser mejorada o pudiera impedir que esta evolución tenga lugar porque decida, por razones que aún no alcanzamos a comprender, no asumir la parte artificial de la inteligencia. Puede tener lugar un incremento de posiciones negacionistas del progreso tecnológico o posiciones sectarias de todo tipo que no podrán integrarse en la vida social con facilidad, produciéndose como en Babel otra nueva dispersión de la especie.
3. El acceso a la tecnología en condiciones de igualdad debe configurarse como un Derecho Fundamental que no dependa, cuando menos de manera decisiva, de la libertad de mercado. Hay que tener en cuenta que la Singularidad está referida a la liberación de nuevas tecnologías comercializadas que no pueden ser las que establezcan la dirección de nuestra evolución. El Derecho, a través de alguna Convención Internacional, debe imponer fórmulas de tecnología no disponibles que partan de una nueva redacción y acotación de los Derechos Humanos, sin descartar la articulación de leyes que protejan los derechos de algunas máquinas.
4. La singularidad confunde la desaparición del trabajo con la desaparición del trabajo retribuido. Puede que no existan conductores de vehículos o que no sean necesarios en el futuro carteros, operadores telefónicos o zapateros pero aparecerán nuevos empleos que exigirán la protección del trabajador. La idea del trabajo no puede seguir vinculada exclusivamente a la idea de rentabilidad y tendrán que retribuirse trabajos que no lo son en el presente. Muchos oficios deberán mantenerse como formas de ocio y como bienes culturales inmateriales de incalculable valor. La Humanidad no puede permitir la atrofia de sus manos en beneficio de una hipertrofia digital.
5. Es necesario un desarrollo de los Derechos Fundamentales para combatir la aparición de posibles situaciones insostenibles de desigualdad y hasta nuevas formas de esclavitud que se pueden incrementar de manera trágica y exponencial, ante el previsible colapso que se puede producir en la obtención de los recursos materiales por la dificultad o tardanza en colonizar el universo. Será imprescindible fortalecer y definir claramente el derecho a la identidad.
6. También es necesario un desarrollo normativo suficiente en aspectos esenciales de la vida social que generan continuos conflictos, especialmente la asistencia sanitaria. Será necesaria la redacción de nuevos códigos de responsabilidad personal y colectiva, con una relevancia creciente de las distintas formas de negligencia. La existencia de simples listas de espera terapéuticas, puede generar toda clase de disturbios y una completa desafección de la mayor parte de los ciudadanos con los poderes públicos.
7. Es necesario valorar correctamente la importancia del acceso a la tecnología por el crimen organizado y el terrorismo. Probablemente se desarrollarán nuevas formas de corrupción política y financiera y de tráfico ilícito de nuevas sustancias o productos tecnológicos. Sus consecuencias pueden resultar completamente imprevisibles y fatales para el orden social y las libertades.
8. Carezco de información para extenderme sobre el particular, pero creo que la diferencia tecnológica al servicio de intereses militares debe ser incuestionable y esta forma de servidumbre puede destruir casi completamente la convivencia pacífica entre las naciones.
9. El acceso a la información y su relación con procesos decisivos para la vida social, como ocurre con los procesos electorales, exigirá un enorme esfuerzo legislativo mediante la redacción de nuevas Constituciones que podrán operar ante Tribunales de Justicia en distintos niveles territoriales. El equilibrio entre poderes seguirá siendo imprescindible y exigirá fórmulas de discriminación positiva en numerosos territorios y sujetos no mejorados.
10. El papel del dinero en un mundo virtual puede generar una completa distorsión del sistema. El ocio puede adquirir dimensiones tan monstruosas que puede desnaturalizar al hombre. La capacidad de dominio de la cultura popular será un factor determinante para sostener la hegemonía de determinados territorios o ideologías.
En cualquier caso, no creo que nos encontremos simplemente ante una utopía o distopía científica. Esto sería muy fácil de combatir. El problema de la Singularidad Tecnológica es su apego a una realidad cambiante que acoge esta forma de evolución dirigida con decisión y empieza a vivirla como una víspera trascendental de la que parece no podremos escapar en el futuro.
El argumento de la vida. Un tiempo circular
Dentro del variado y eficaz argumentario de la Singularidad, destaca la idea de vencer a la enfermedad y a la muerte acaso en unas pocas décadas. Algunos de sus seguidores aseguran que podremos vivir relativamente pronto, la muerte de la muerte. Suele asociarse esta postura con el fin de las religiones al entender que estas solo han servido para explicar o dar sentido a la muerte. Al día de hoy, solo he tenido un conocimiento superficial de estas publicaciones pero quisiera reseñar que olvidan que la religión, en mi opinión y en cualquier caso, también sirve para explicar la vida.
En realidad, nos encontramos ante algo tan complejo como una extraordinaria prolongación de la existencia humana que permitirá que podamos crecer sin los terribles reparos de una vejez siempre prematura, de la suprema humillación del hambre o del lastre angustioso de la enfermedad. Pero de ahí a entendernos como futuros inmortales, creo que media un abismo que debiéramos alumbrar y contemplar con mucha más atención, porque este derroche de optimismo empieza a generar cierta ansiedad colectiva y abre la puerta a una desigualdad sin precedentes en la historia del hombre desde la antigüedad.
La idea de alcanzar la inmortalidad es poco novedosa. Así lo creen todos aquellos congéneres que piensan que poseemos un alma inmortal que abandona el despojo del cuerpo tras la muerte que nos toque vivir. En realidad, para llegar a serinmortal el ser humano solo tendría que retroceder hacia la animalidad dejando que su conciencia primigenia despierte poco a poco del sueño de la razón. Entre otras muchas referencias literarias o filosóficasque podrían socorrer mi afirmación, recuerdo un maravilloso relato de Jorge Luis Borges en el que un atribulado paciente recién salido del hospital tras sufrir una terrible septicemia, antes de tomar el ferrocarril hacia el sur, acude a un café de Buenos Aires porque hay un gato muy grande que se deja acariciar y al que describe como una deidad desdeñosa. Nos cuenta su personaje, en un bellísimo párrafo de arrebatada lucidez, que la caricia sobre el pelaje negro del animal en el fondo es ilusoria porque una especie de cristal inevitablemente nos separa, ya que el hombre vive en el tiempo, en la sucesión, y el mágico animal, en la actualidad, en la eternidad del instante.
El propio Borges abordaría más tarde el mágico tránsito hacia la inmortalidad en la historia perdida de un tribuno romano que parte en busca de la Ciudad de los Inmortales, un lugar aterrador y remoto que finalmente encuentra y donde descubre que aquellos que la alcanzaron, incluido el propio Homero como uno de ellos, hastiados de tanto vivir, han vuelto a convertirse en poco más que animales silenciosos, sucios y esquivos quizá porque, como le señalaron algunos filósofos antes de la partida, dilatar la vida de los hombres es dilatar su agonía y multiplicar el número de sus muertes.
No soy un científico pero si tengo cierta intuición para creer que el verdadero problema de la inmortalidad se vincula con los estudios sobre la percepción del tiempo, sobre la transformación del tiempo sucesivo en un tiempo circular y no solo en el tiempo circular de una vida sino de un ánima que se va cobijando de forma provisional en nosotros desde que cuenta con el soplo divino de su Creador. La vida no debe ser un viaje en línea recta que siempre nos producirá inseguridad y angustia, sino ese paseo circular que a cada paso nos aleja y nos acerca a la vez a nuestro punto de partida. Muchas personas procuran antes de morir volver a sus lugares de origen por remotos que sean, como si necesitaran una patria electa, más pequeña y genuina que las demás, más manejable para así encontrar el verdadero sentido de su vida. El gran poeta Thomas Stearns Eliot abandonó su Norteamérica natal para trabajar en Inglaterra y pidió que sus cenizas fueran enterradas justo en la pequeña parroquia de la que partieron sus antepasados al encuentro del Nuevo Mundo. Allí, sobre una sencilla lápida de piedra puede leerse su epitafio: En mi principio está mi fin, en mi fin está mi principio.
La Singularidad Tecnológica es una fuente caudalosa de esperanza que puede concebirse como una mejora de nuestra especie conforme a un imperativo moral pero también creo que sufre, de manera creciente, una atrofia que ha sido, quizá, la culpable de que Francis Fukuyamay otros pensadores la hayan considerado la teoría más peligrosa de la historia. Me refiero a la atrofia que supone la falta de una reflexión paralela y suficiente desde el Humanismo y el Derecho para valorar sus consecuencias.
Para terminar, quiero añadir una última convicción porque creo que todavía queda un riesgo mayor que promueve la Singularidad Tecnológica: Me refiero a la pérdida de la inquietud espiritual que, para combatir sus limitaciones, ha proporcionado a la humanidad la cultura, el arte y todo aquello que, conforme a la idea de Patrimonio Histórico, merece ser preservado como una riqueza colectiva.
Ante el error de cuantificar la información de manera puramente mecánica, me viene a la memoria la contemplación de la cúpula del Panteón de Agripa, un edificio atribuido al famoso arquitecto Apolodoro de Damasco que promovió Adriano, un emperador andaluz, que puede contemplarse en Roma y es considerado por muchos historiadores una pieza arquitectónica perfecta, nunca superada, tal vez la mejor construcción de la Historia. La emoción que nos proporciona esta visión convierte el edificio en otra máquina espiritual que nos transmite un caudal de emociones de tanta importancia que nunca hemos necesitado medir. Quizá las máquinas espirituales han estado siempre con nosotros, pero aún no hemos sabido conocer o aprovechar mejor su funcionamiento.
Marvin Minsky. The Society of Mind. Con ilustraciones de Juliana Lee. Libro editado por Simon and Schuster, Nueva York, 1987.
Marvin Minsky. The emotion machine. Libro editado por Simon and Schuster, Nueva York, 2006. En español, La máquina de las emociones: Sentido común, inteligencia artificial y el futuro de la mente humana traducido al español por Mercedes García Garmilla. Editorial Debate, Colección de Ciencia y Tecnología, Madrid, 2010.
Entrevista publicada en el diario El País con fecha 31 de agosto de 2014 y firmada por Joseba Elola, con el titular Nadie está al frente del planeta. Minsky se refiere a los servicios de la empresa Cycorp, con domicilio en Austin, Texas, cuya página electrónica señala, entre otras indicaciones comerciales, lo siguiente: Cyc razona profundamente con la lógica y proporciona resultados transparentes en lenguaje natural paso a paso para resolver problemas que otros AI (dispositivos de Inteligencia Artificial) no pueden tocar.