martes, 28 de agosto de 2012

Canción de Tánger


Estoy mirando un velero
que navegando se va.
Miro el agua, miro el cielo
y encuentro mi soledad

El velero que se ha ido 
no sabe mirar atrás:
A mí me gusta ese rumbo
que busca la libertad.

Sigo buscando una huella
que no he podido encontrar.
La perdí cuando tus ojos
me dejaron de mirar.


domingo, 12 de agosto de 2012

Máscaras y clasismo


 
La calidad de la Administración Pública es la magnitud que mejor distingue a las naciones más desarrolladas. El desarrollo no siempre se conjuga con la riqueza. He conocido capitales de países inmensamente ricos que rezumaban pobreza y ansiedad en cada esquina y mostraban un derroche terrible e inútil del presupuesto y del tiempo laboral. Además, esta exhibición de irresponsabilidad se interpretaba por todos como una manifestación del verdadero poder.
En cierta ocasión y en un lugar muy remoto, un veterano colega ataviado con una gorra roja que llevaba impreso el Toro Osborne, se negó a compartir conmigo su coche oficial. Autoridad que no abusa pierde prestigio fue la razón que me dio cuando quedé "parado" ante su negativa. Creí que se trataba simplemente de una grosería pero él, entre risas, me alumbró el estupor con su frase.
También he trabajado fugazmente en pequeñas oficinas de países de climas extremos y grandes carencias en las que resultaba ejemplar la calidad del trabajo desarrollado cada día. Podrían darnos lecciones en muchos aspectos y sentirse orgullosos de su labor.
La función pública vive momentos complejos. Hasta los propios funcionarios la enfrentan con una cierta desconfianza. Da la sensación de que quiere crearse un colectivo abnegado y trémulo al que se recortan sus derechos en atención a circunstancias que escapan de su rendimiento y voluntad. No deben preocuparse de sus decisiones sino de las decisiones de gestores que no suelen consultarles, en cada parcela de trabajo, sobre aquello que saben mejor que nadie por su experiencia y por su formación. Parece que se convierten en una especie de pista de frenado social que no debe quejarse más allá de lo estrictamente necesario o de un nuevo tertium genus entre ricos y pobres de dimensiones elásticas.
Al margen de todo lo anterior, lo peor es una oculta sensación que ya se atisba en demasiados rostros: Puede que vuelva otra vez la pobreza real y con ello una cierta justificación del clasismo, de la creación de grupos sociales que tienen que redimir su origen y amoldarse a las nuevas condiciones económicas sin que puedan superar los límites que les impone una nueva convicción social.
Para combatir la crisis económica y moral que sufrimos lo esencial es descubrir las actitudes que se esconden bajo los gestos y palabras. En ocasiones, se vislumbra un simple deseo de torpe venganza que solo conduce a la crispación y al inútil enfrentamiento callejero. Otras veces, el rostro delata una justificación, el íntimo deseo de reconocer una diferente calidad en los ciudadanos, la existencia de clases que están previamente limitadas en sus derechos y habilidades.
No es la voz la que nos dice la verdad, es la luz de los gestos y actitudes la que alumbra la parte oculta de las palabras. Y esa cara oculta es la que debemos buscar para comprender este tiempo que nos ha tocado vivir.

lunes, 6 de agosto de 2012

Panorama interior: En la vida de William Stoner


Nunca agradeceré como es debido a mi compañero Ángel Nuñez la viva recomendación que me hizo en la Universidad Jaume I para que leyera Stoner, la reconocida novela del norteamericano John Williams (1922-1994). Estábamos en un seminario de arqueología subacuática al que habíamos sido invitados para aportar el agrio punto de vista de los penalistas y aquel entorno, apacible y amable, resultaba especialmente propicio para tener una primera noticia de esta fascinante novela. Poco después, aprovechando la presentación de mi libro La mirada desnuda la adquirí en Sevilla y la guardé durante algunos meses para leerla con calma en verano.
No resulta fácil describirla. En aquella primera ocasión, Ángel recordó la referencia de un granjero que acude a la Universidad de Missouri en 1910 donde termina siendo un profesor ayudante al quedar fascinado por la literatura inglesa. No le falta parte de razón pero describir así el lento proceso que esta novela construye desde sus primeras páginas, resultaría inexacto. Podría decirse que refleja con una arrebatadora exactitud y agudeza, la explicación por la que William Stoner que acudió para estudiar agricultura, termina vinculado para siempre con el mundo universitario. Vendrán luego otras explicaciones y abismos que deberá alumbrar cada lector.
Parece evidente, no lo recuerdo muy bien, que Ángel aún no la habría leído. De lo contrario, conociendo su firme vocación lectora y suspicacia, seguro que hubiese optado por el silencio y disfrutado por el consejo de su lectura urgente para descubrir yo mismo la savia dulce y agria que destila en cada una de sus páginas.
Desde que comencé a leerla, he buscado todas las reseñas sobre la novela que he podido pero, en mi humilde opinión, ninguna le hace justicia. No basta con señalar que se trata de una indudable obra maestra. Incluso valdría la hipérbole de Borges al señalar en el prólogo de Crimen y Castigo que, como el descubrimiento del amor o como el descubrmiento del mar, el hallazgo de Dostoievski marca en cierto modo el destino de nuestra vida. Es esta una afirmación tan brillante como tramposa porque ese rumbo ya estaba marcado en el alma del lector y el resorte podría haber sido cualquier texto o cualquier poema que merezcan la pena y que sirvan para sembrarnos la inquietud del conocimiento.
Dicen que Stoner es una novela sencilla. No es verdad. Si es verdad que demuestra que las cosas sencillas no lo son o que lo son, por su frecuencia, tan solo aparentemente. La importancia de Stoner se encuentra en que no son los hechos los que alimentan los sentimientos sino al revés. Williams opta por el camino abrupto de las emociones, descubre las virtudes de aquellas sendas del paisaje interior y nos proporciona una sobria, brillante, elegante y compleja lección de inteligencia y de bondad.
También se ha escrito que William Stoner es un profesor mediocre. Tampoco lo creo. Creo que, conforme al criterio de Williams, debió ser un gran profesor porque lo que parece mediocre es muchas veces, cuando se asocia a la discreción, lo excelente, lo mejor ocultado precisa y vorazmente por la mediocridad. Stoner prefiere el mundo cotidiano y el examen lúcido de la rutina para alcanzar la verdad. La mejor literatura contemporánea está repleta de personajes aparentemente mediocres, rutinarios, anodinos y hasta vulgares. Las páginas de cada uno de esos libros decisivos demuestran el inmenso error de nuestro juicio y la irresponsable pérdida de virtud que desangra nuestro tiempo. Valga por todos y por el placer de citarlo el maravilloso ejemplo de Bernardo Soares en el Livro do Desassossego.
Seamos claros y hablemos con sencillez y sin comparaciones. Quienes lean Stoner y tengan un mínimo de inquietud, quedarán simpre agradecidos a Jhon Williams y nunca la olvidarán.

Stoner de John Williams. Traducción de Antonio Díez Fernández. Ediciones Baile del Sol, Narrativa/121. Tercera Edición, 2012.

domingo, 5 de agosto de 2012

El cine español y la justicia

El cine es el arte cotidiano de nuestro tiempo, la muestra más potente de su consumo masivo y de su democratización. Es evidente que solo una parte del cine merece esta noble consideración, pero también lo es que su consumo se extiende a cualquier grupo o condición social salvo casos extremos de absoluta marginalidad. Constituye siempre, incluso en las costosas fórmulas de recreación histórica, una percepción de presente que nos muestra la convicción de sus realizadores, su manera de interpretar el mundo que les toca vivir. Entender el buen cine es entender la vida que nos rodea. Saber disfrutarlo cuando aalcanza la categoría de arte es saber vivir más allá de las condiciones biológicas que nos impone la existencia corporal.
La cinta No habrá paz para los malvados, al margen de otras virtudes que sin duda tendrá, ha permitido que asistamos al derroche interpretativo de José Coronado (qué hubiera conseguido de haber firmado esta interpretación en otras latitudes) y a la convicción de que podemos hacer muy buenos productos sin más pretensión que la que debe inspirar a un artista.
No seré yo quien recuerde a destiempo, después de tanto merecido elogio, las virtudes sobradas de esta película española.  Solo tengo un pero que oponerle y lo que pienso hacer.